Página 560 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
ramente. Los que daban alto valor a las bendiciones que Dios les
concedía traían ofrendas de acuerdo a su modo de apreciar dichas
bendiciones. Los que tenían las facultades morales embotadas por
el egoísmo y un amor idólatra por los favores recibidos, más bien
que inspirados por un amor ferviente hacia su dadivoso Benefactor,
traían ofrendas magras. Así revelaban su corazón. Además de estas
festividades religiosas especiales de alegría y regocijo, la nación
judía debía conmemorar anualmente la Pascua. El Señor pactó que
si eran fieles en la observancia de sus requerimientos, él bendeciría
todas sus ganancias y toda la obra de sus manos.
Dios no pide menos de su pueblo en estos últimos días, en sa-
crificios y ofrendas, que lo que requirió de la nación judía. Los que
él ha bendecido con suficiencia, y aun la viuda y el huérfano, no
debieran olvidarse de sus bendiciones. Especialmente los que Dios
ha prosperado debieran ofrecerle las cosas que son de él. Debie-
ran presentarse ante él con un espíritu de sacrificio y entregar sus
ofrendas de acuerdo con las bendiciones que él les ha prodigado.
Pero muchos a quienes Dios prospera manifiestan una vil ingratitud
hacia él. Si sus bendiciones se derraman sobre ellos, y él aumenta
sus riquezas, transforman esas dádivas en cuerdas que los atan al
amor por sus posesiones; permiten que los negocios mundanos se
posesionen de sus afectos y de su ser entero, y descuidan la devoción
y los privilegios religiosos. No pueden permitirse dejar la atención
de sus negocios y presentarse ante Dios ni siquiera una vez al año.
Transforman las bendiciones de Dios en una maldición. Sirven a sus
propios intereses temporales y descuidan los requisitos de Dios.
Hay hombres ricos que permanecen en casa año tras año, absor-
tos en sus preocupaciones e intereses mundanos, pensando que no
pueden hacer el pequeño sacrificio de asistir a las reuniones anuales
para adorar a Dios. El los ha bendecido con bienes materiales, y
los ha rodeado de abundates beneficios; sin embargo retienen las
pequeñas ofrendas que él requiere. Les gusta servirse a sí mismos.
Sus almas serán como el árido desierto, sin el rocío ni la lluvia del
cielo. El Señor les ha brindado la preciosa bendición de su gracia.
Los ha librado de la esclavitud del pecado y de la servidumbre del
error, y ha descubierto la gloriosa luz de la verdad presente ante
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su entenebrecida comprensión. ¿Y estas evidencias del amor y la
misericordia de Dios no requieren gratitud? Los que profesan creer