Página 574 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
puesto que él es tan alto y santo, que a menos que ellos cumplieran
estas condiciones, morirían.
Pero observad el modo de vestir de algunos de nuestros ministros
hoy. Algunos de los que ministran en las cosas sagradas se visten de
tal forma, que en parte por lo menos destruyen la influencia de su
trabajo. Hay una visible falta de gusto en el color y en la prolijidad.
¿Qué impresión da tal modo de vestir? Que la obra a la que se
dedican no se considera más sagrada o elevada que el trabajo común,
como arar el campo. Por su ejemplo el ministro rebaja las cosas
sagradas al plano de las comunes.
La influencia de tales predicadores no es agradable a Dios. Si
por sus esfuerzos convencen a alguien para que reciba la verdad,
con frecuencia imitará a su predicador y descenderá al mismo nivel
que él. Será más difícil reformar a éstos, ubicarlos en una posición
correcta, y enseñarles el verdadero orden y el amor por la disciplina,
que trabajar para convertir a la verdad a hombres y mujeres que
nunca la han escuchado. El Señor requiere que sus ministros sean
puros y santos, para que representen correctamente los principios de
la verdad en su propia vida, y por su ejemplo eleven a otros a su alto
nivel.
Dios requiere que todos los que profesan ser su pueblo elegido,
aunque no sean maestros de la verdad, sean cuidadosos de preservar
la limpieza y pureza personales, también la limpieza y el orden en
sus casas y en su lugar de trabajo. Somos ejemplos para el mundo,
epístolas vivientes conocidas y leídas por todos los hombres. Dios
requiere que todos los que profesan piedad, y especialmente los que
enseñan la verdad a los demás, se abstengan de toda apariencia de
mal.
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De acuerdo con la luz que he recibido, el ministerio es una fun-
ción sagrada y exaltada, y los que aceptan este cargo debieran tener
a Cristo en su corazón y manifestar un firme deseo de representarlo
dignamente al pueblo en todos sus actos, en su vestir, en lo que
hablan, y hasta en el modo en que lo dicen. Debieran hablar con
reverencia. Algunos destruyen la solemne impresión que pueden
causar en la gente, al levantar la voz a un tono muy alto, y vociferar y
gritar la verdad. Cuando se la presenta de este modo, la verdad pierde
mucho de su dulzura, su fuerza y solemnidad. Pero si la voz tiene el
tono correcto, es solemne y modulada de tal modo que hasta llegue a