Página 576 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
como si Dios tuviera algo para transmitir por medio de ustedes:
Algunos dedican casi media hora a pedir disculpas; así desperdician
el tiempo, y cuando llegan al tema, en el que desean puntualizar
ciertas verdades, la gente está cansada y no pueden ver su fuerza ni
les impresiona. Debieran hacer que los puntos esenciales de la verdad
presente queden tan claros como las señales de tránsito, de modo
que el pueblo pueda entenderlos. Entonces verán los argumentos
que quieren presentar y la posición que desean sustentar.
Hay otros que se dirigen al pueblo en un tono plañidero. Su co-
razón no está suavizado por el Espíritu de Dios, y piensan que deben
impresionar a la congregación con una apariencia de humildad. Tal
comportamiento no exalta al ministro del Evangelio, sino que lo
rebaja y lo degrada. Los ministros debieran presentar la verdad con
el calor de la gloria. Debieran hablar de tal modo que representen
correctamente a Cristo y preserven la dignidad que corresponde a
sus ministros.
Las largas oraciones de algunos ministros han sido un gran
fracaso. Orar un largo rato, como lo hacen algunos, está del todo
fuera de lugar. Lastiman la garganta y los órganos vocales, y luego
hablan de enfermarse por su ardua labor. Se perjudican sin que sea
necesario. Muchos piensan que la oración daña las cuerdas vocales
más que hablar. Esto se debe a la posición antinatural del cuerpo y al
modo de tener la cabeza. Pueden pararse y hablar, sin sentir molestia.
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La posición en la oración debiera ser perfectamente natural. Las
oraciones largas cansan, y no están de acuerdo con el Evangelio de
Cristo. Media hora, o aun un cuarto de hora es demasiado tiempo.
Unos pocos minutos son suficientes para presentarse ante Dios y
decirle lo que desean; y conseguirán que la gente los siga sin cansarse
ni disminuir su interés en la devoción y la oración. Así pueden ser
renovados y fortalecidos, en lugar de quedar agotados.
Muchos han errado al hacer largas oraciones y largas predica-
ciones, en tono alto y forzando la voz, en una tensión antinatural y
un tono antinatural. El ministro se cansa sin necesidad y realmente
extenúa a la gente por medio de un duro y trabajoso esfuerzo, que
es del todo innecesario. Los ministros debieran hablar de un modo
que alcance e impresione a la gente. Las enseñanzas de Cristo eran
impresionantes y solemnes; su voz era melodiosa. Y, ¿no debiéra-
mos nosotros, así como Cristo, esforzarnos para que nuestra voz