Página 580 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
ordenando, y que sus palabras fueran ley en su familia. Su amor
equivocado y el de su esposa por sus hijos, los ha llevado a descuidar
la solemne obligación que les incumbe como padres.
Hermano B, como ministro de Dios, usted tenía la doble obli-
gación de gobernar bien su propia casa y de tener a sus hijos en
sujeción. Pero se ha complacido con su capacidad y ha excusado
sus faltas. El pecado de ellos no parecía muy pecaminoso. Usted
ha desagradado a Dios y casi arruinado a sus hijos al descuidar su
deber, y se ha seguido comportando irresponsablemente después
que el Señor lo ha reprendido y aconsejado. El daño que su familia
ha ocasionado a la causa de Dios por su influencia en los distintos
lugares donde han vivido, ha sido mayor que el bien que han rea-
lizado. Usted ha sido enceguecido y engañado por Satanás acerca
de su familia. Usted y su esposa han colocado a sus hijos en un pie
de igualdad con ustedes. Ellos han hecho lo que han querido. Esa
ha sido una gran desventaja en su trabajo de ministro de Cristo, y el
descuido de su deber de tener a sus hijos en sujeción ha conducido a
un mal todavía mayor, que amenaza destruir su utilidad. Usted ha
estado aparentemente sirviendo a la causa de Dios, mientras que
se ha estado sirviendo en mayor grado a usted mismo. La causa de
Dios ha languidecido; pero usted se ha estado dedicando a hacer
cálculos y a planear cómo beneficiarse, y almas se han perdido por
el descuido de su deber. Si durante su ministerio se hubiera ocupa-
do en construir esta obra, si hubiese dado un ejemplo de servir a
la causa de Dios sin tomar en cuenta su propio interés, y hubiera
consumido su vida por su dedicación a ella, su conducta hubiese
sido más excusable, aunque aun entonces no hubiera sido aprobada
por Dios. Pero cuando sus deficiencias han sido tan evidentes en
algunas cosas, y la causa de Dios ha sufrido grandemente por causa
del ejemplo que ha dado al descuidar su deber hacia su familia, es
doloroso a la vista de Dios que usted profese servir a la causa, y no
obstante dé preeminencia a sus propios intereses egoístas.
En su trabajo usted con frecuencia ha despertado interés, y en
el preciso momento cuando podía lograr los mejores resultados, ha
permitido que los asuntos de su hogar lo apartaran de la obra de
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Dios. En muchos casos no ha perseverado en sus esfuerzos hasta
sentirse satisfecho de que todos se hubieran decidido en favor o
en contra de la verdad. No es de buen general comenzar la guerra