Página 583 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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El amor a la ganancia
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lo restringe. No lo ha educado ni acostumbrado a llevar su parte de
las cargas de la vida. Es un niño malo por causa de su descuido. Su
vida es un reproche para su padre. Usted conocía su deber, pero no
lo cumplió. No está convencido de la verdad. Sabe que puede hacer
su voluntad, y Satanás controla su mente. Ha hecho de sus hijos
una excusa para quedarse en casa, pero las cosas de este mundo han
estado en primer lugar.
La causa de Dios no está cerca de su alma, y el ejemplo que
ha dado al pueblo de Dios no es digno de imitarse. En Minnesota
necesitan obreros, no meramente ministros que vayan de un lado
a otro cuando es conveniente. La causa de Dios necesita hombres
dispuestos, que no sean impedidos de cumplir la obra de Dios o el
llamado del deber por ningún interés egoísta o mundano. Minne-
sota es un campo grande, y hay muchos allí que son susceptibles
a la influencia de la verdad. Si las iglesias pudieran ser puestas en
buen funcionamiento, que fueran cabalmente disciplinadas, una luz
emanaría de ellas y produciría su efecto en todo el estado. Usted
podría haber hecho en Minnesota diez veces más de lo que ha hecho.
Pero el mundo se ha interpuesto entre usted y la obra de Dios, y
ha dividido su interés. El interés egoísta entró en su corazón, y el
poder de la verdad fue saliendo. Necesita un gran cambio para que
pueda estar en buenas condiciones. Usted ha realizado muy poca
obra real y seria. Sin embargo se ha empeñado en tener todas las
ganancias posibles, como si fuera su derecho. Ha tratado de obtener
demasiado, ha perseguido su propio interés, y se ha aprovechado
de la desventaja de otros. Ha seguido en esta dirección por algún
tiempo, y a menos que sea controlado, su influencia ha llegado a su
fin. Moisés Hull siguió ese camino. Se comportó codiciosamente, y
reunió todo el dinero que pudo obtener. No estaba tan firme en la
verdad como para superar su egoísmo.
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Cuando B. F. Snook abrazó la verdad, estaba en condición finan-
ciera deplorable. Algunas almas generosas se privaron de comodida-
des, y aun de algunas cosas escenciales de la vida, para ayudar a este
ministro, a quien lo creían un fiel siervo de Cristo. Hicieron todo eso
de buena fe, ayudándolo como hubieran ayudado a su Salvador. Pero
ese fue el medio de arruinar a ese hombre. Su corazón no estaba bien
con Dios, carecía de principios. No era un hombre realmente con-
vertido. Cuanto más recibía, tanto mayor era su deseo de riquezas.