Página 591 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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La causa en Vermont
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Los seguidores de Cristo esparcidos por todo el mundo no tienen
un alto sentido de su responsabilidad y de la obligación de hacer
brillar su luz hacia otros. Si hay sólo uno o dos en un lugar, aunque
sean pocos en número, pueden conducirse de tal modo ante el mundo
como para ejercer una influencia que impresionará al incrédulo con
la sinceridad de su fe. Los seguidores de Jesús no están de acuerdo
con el propósito y la voluntad de Dios si se contentan con permanecer
ignorando su Palabra. Todos debieran llegar a ser estudiantes de la
Biblia. Cristo ordenó a sus seguidores: “Escudriñad las Escrituras;
porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas
son las que dan testimonio de mí”.
Juan 5:39
. Pedro nos exhorta:
“Santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre
preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia
ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en
vosotros”.
1 Pedro 3:15
.
Muchos que profesan creer la verdad para estos últimos días
serán encontrados faltos. Han desatendido los asuntos más impor-
tantes. Su conversión es superficial, no es profunda, ni ferviente ni
completa. No saben por qué creen la verdad, y sólo porque otros la
han creído, dan por sentado que es la verdad. No pueden dar ninguna
razón inteligente de su fe. Muchos han permitido que su mente se
llene de cosas de menor importancia, y su interés eterno ha tomado
el segundo lugar. Su propia alma está empequeñecida y deformada
en su crecimiento espiritual. Otros no son iluminados ni edificados
por su experiencia o por el conocimiento que era su privilegio y
deber obtener. La fortaleza y la estabilidad está con los sinceros.
Cristo y él crucificado debiera llegar a ser el tema de nuestros
pensamientos, debiera despertar las más profundas emociones de
nuestra alma. Los verdaderos seguidores de Cristo apreciarán la gran
salvación que él logró para ellos; y dondequiera que él los guíe, ellos
lo seguirán. Lo considerarán un privilegio llevar cualquier carga que
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Cristo pueda colocar sobre ellos. Es sólo por medio de la cruz como
podemos estimar el valor del alma humana. Es tan grande el valor de
los hombres por quienes Cristo murió que el Padre está satisfecho
con el precio infinito que él paga por la salvación del hombre al en-
tregar a su propio Hijo para morir por su redención. ¡Qué sabiduría,
qué misericordia y qué amor en su plenitud se manifiestan aquí! El