Página 592 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
valor del hombre se comprende sólo al ir al Calvario. En el misterio
de la cruz de Cristo podemos estimar el valor del hombre.
¡Qué obra responsable la de unirse con el Redentor del mundo
en la salvación de los hombres! Esta tarea requiere abnegación,
sacrificio y benevolencia, perseverancia, valentía y fe. Pero los que
ministran en palabra y doctrina no tienen el fruto de la gracia de Dios
en su corazón y en su vida: No tienen fe. Esta es la razón por la que se
ve tan poco resultado de su labor. Muchos que profesan ser ministros
de Cristo manifiestan una tremenda resignación al ver alrededor de
ellos a los incrédulos que van a la perdición. Un ministro de Cristo
no tiene derecho a quedarse tranquilo y rendirse ante el hecho de que
su presentación de la verdad no tiene poder ni conmueve a las almas.
Debiera recurrir a la oración, y debiera trabajar y orar sin cesar. Los
que se conforman con quedar destituidos de bendiciones espirituales,
sin fervorosa lucha por esas bendiciones, consienten en el triunfo de
Satanás. Se necesita una fe persistente y prevaleciente. Los ministros
de Dios deben estar en más íntimo compañerismo con Cristo y seguir
su ejemplo en todas las cosas, en pureza de vida, en abnegación,
en benevolencia, en diligencia, en perseverancia. Debieran recordar
que un día se presentará un registro como evidencia en contra de
ellos por la más pequeña omisión de su deber.
El hermano D no comprendió que al instar a los hermanos a
trasladarse a su zona estaba aumentando su propia carga y la carga
de la iglesia; no se dio cuenta de que requeriría de mucho tiempo y
esfuerzo para mantenerlos en condición de ser una ayuda en lugar
de un estorbo. Pensó que si reunía a otras familias en su zona le
ayudarían a formar una iglesia y aliviarían sus preocupaciones y
cargas. Pero ha sucedido lo mismo en Bordoville que en Battle
Creek, cuanto más hermanos se trasladaban allí, más pesadas eran
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las cargas que recaían sobre los obreros que tenían la causa de Dios
en su corazón. Hombres y mujeres con distintas mentalidades y
caracteres podrían reunirse y vivir en dulce armonía, si estimaran a
los otros más que a ellos mismos, como Cristo les mandó.
Pero es muy difícil tratar con mentes que no están bajo el control
especial del Espíritu de Dios y están expuestos al control de Satanás.
El egoísmo se posesiona de tal modo del corazón de los hombres y
las mujeres, y la iniquidad se alberga tanto en algunos que profesan
piedad, que se debiera evitar reunirse a un gran grupo de gente,