Página 60 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
como el granizo que cae sobre una tierna planta. Se doblega frente a
cada arremetida suya, hasta que su vida queda oprimida, magullada
y quebrantada.
Su manera de manejar la casa está secando las corrientes del
amor, la esperanza y el gozo en sus hijos. Una tristeza constante
se manifiesta en el rostro de la niña, pero ese hecho, en lugar de
despertar su simpatía y su ternura, la impacienta y le causa positivo
disgusto. Podría cambiar esa actitud por el ánimo y la alegría si
lo quisiera. “¿No ve Dios esto? ¿No lo sabe acaso?” fueron las
palabras del ángel. Dios la va a castigar por estas cosas. Usted
asumió voluntariamente esta responsabilidad, pero Satanás se ha
aprovechado de su carácter infeliz, de su falta de amor, de su amor
propio, su mezquindad y su egoísmo, y ahora este carácter suyo
aparece con toda su deformidad, incorrecto, insumiso, atándola como
si fueran cadenas de hierro. Los niños leen en el rostro de la madre;
se dan cuenta si éste expresa amor o disgusto. Usted no se da cuenta
de la obra que está haciendo. ¿No despierta piedad en usted esa
carita triste, ese suspiro que brota de un corazón oprimido que
anhela amor? No, en usted no. Aleja, en cambio, al niño de usted, y
aumenta su disgusto.
Vi que el padre no había seguido la conducta que debiera haber
seguido. A Dios no le agrada su actitud. Alguien robó el corazón
de ese padre de los que son sangre de su sangre y hueso de sus
huesos. Hno. G: usted debería haber asumido una actitud firme, y
no haber permitido que las cosas tomaran el rumbo que han seguido.
Usted se dio cuenta de que las cosas no iban bien, y a veces se
sintió preocupado, pero el temor de desagradar a su actual esposa, y
producir un infeliz desacuerdo en el seno de la familia, lo indujo a
guardar silencio cuando debería haber hablado. Usted no ha asumido
una actitud firme en este asunto. Sus hijos no tienen una madre que
los defienda, que los proteja de la censura mediante sus palabras
juiciosas.
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Sus hijos, y todos los niños que han perdido a la persona de
cuyo pecho fluía el amor maternal, han experimentado una pérdida
irreparable. Pero cuando alguien se atreve a ocupar el lugar de la
madre frente a ese pequeño y dolorido rebaño, asume una responsa-
bilidad que implica una doble preocupación, en el sentido de ser más
amorosa si es posible, dispuesta a no censurar ni amenazar más de