Página 601 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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La causa en Vermont
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ministros que se ocupan de esta obra deben fortalecerse mediante el
espíritu y el poder de las verdades que predican, y entonces podrán
ejercer influencia. Rara vez se elevarán los feligreses a un nivel
superior al de su pastor. Si hay en él un espíritu de amor hacia el
mundo, esto tendrá una enorme influencia sobre los demás. La gente
emplea las deficiencias de él como excusa para cubrir su propio
espíritu de amor al mundo. Calman su conciencia, pensando que
pueden amar las cosas de esta vida y ser indiferentes para con las
cosas espirituales, porque sus predicadores obran así. Engañan sus
propias almas y permanecen en amistad con el mundo, la cual el
apóstol declara que es “enemistad contra Dios”.
Santiago 4:4
.
Los ministros deben ser ejemplos para la grey. Deben manifestar
un imperecedero amor por las almas, y la misma con sagración a
la causa que desean ver en la gente. Los ministros de Vermont han
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errado en su trabajo. Han recorrido el mismo territorio una y otra
vez para ayudar a las iglesias, cuando con frecuencia los creyentes
necesitan que se les dé una labor a realizar, que los llevará a una
condición en que Dios podría bendecir sus esfuerzos y hacerlos
fructíferos. No ha habido un obrero eficiente, cabal, plenamente
calificado para mantener todas las partes de la obra en Vermont.
El hermano y la hermana I son inválidos. Dios no les da respon-
sabilidades muy grandes. Tienen que estar alerta, para no reducir
su influencia. No tienen hijos propios para ejercitar el amor y el
cuidado paternal, y corren el peligro de volverse estrechos, egoístas,
y caprichosos en sus opiniones y sentimientos. Todas estas cosas
ejercen mala influencia en la causa de Dios. Debieran esforzarse
para mantener sus mentes en un nivel superior a ellos mismos y no
debieran constituirse en criterio para los demás. Los que no tienen
hijos propios en quien pensar y por quien trabajar, y que les requieran
ejercitar tolerancia, paciencia y amor, debieran cuidar que sus pen-
samientos no se centren en sí mismos. Están pobremente calificados
para instruir a los padres acerca de la educación de sus hijos, pues
no han tenido experiencia en esto. Sin embargo en muchos casos,
los que no tienen hijos son los más dispuestos a instruir a los que los
tienen, cuando al mismo tiempo ellos mismos son como niños en
muchos aspectos. No se los puede hacer cambiar de comportamien-
to, y se necesita más paciencia para tratar con ellos que con niños.
Es egoísmo tener un proceder, y seguirlo aun incomodando a otros.