Página 602 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
Las cosas pequeñas prueban el carácter. Es ante los modestos
actos diarios de abnegación, realizados con alegría y bondad, que
Dios sonríe complacido. No debiéramos vivir para nosotros, sino
para otros. Debiéramos ser una bendición al olvidarnos de nosotros
mismos y ser atentos con los demás. Debiéramos albergar amor,
tolerancia y fortaleza.
Muy pocos se dan cuenta del beneficio del cuidado, la respon-
sabilidad y la experiencia que los hijos traen a la familia. Muchos
tienen familias numerosas que crecen sin disciplina; los padres des-
cuidan una obligación preciosa y un deber sagrado, que, si se lo
cumple fielmente en el temor de Dios, brindaría no sólo a los hijos,
sino a los padres, una aptitud para el reino de los cielos. Una casa sin
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hijos es un lugar desolado. El corazón de los que la habitan corre el
peligro de llegar a ser egoísta, de amar su propia comodidad, y pres-
tar atención a sus propios deseos y conveniencia. Sienten simpatía
por ellos mismos, y tienen poco que ofrecer a los demás. El cuidado
y el afecto prodigado a los niños que dependen de nosotros quita
la rudeza de nuestra naturaleza, nos hace tiernos y simpatizantes, e
influyen en el desarrollo de los elementos más nobles de nuestro ca-
rácter. Muchos están física, mental, y moralmente enfermos, porque
su atención está casi exclusivamente concentrada en ellos mismos.
Podrían ser librados del estancamiento por la saludable vitalidad de
las mentes más jóvenes y variadas, y por la incansable energía de
los niños.
El hermano J es anciano. No debiera llevar grandes responsabili-
dades. Ha desagradado a Dios por su equivocado amor a sus hijos.
Ha tenido demasiada ansiedad por ayudarlos pecuniariamente para
que no se sintieran ofendidos. Con el fin de complacerlos los ha
perjudicado. No son sabios y fieles en la administración del dinero,
ni aun desde el punto de vista mundano. Desde una perspectiva
religiosa, son muy deficientes. No tienen escrúpulos de conciencia
acerca de las cosas religiosas. No favorecen a la sociedad por medio
de su posición ni influencia en el mundo, ni benefician la causa de
Dios con una moral cristiana pura y actos virtuosos en el servicio de
Cristo. No han sido educados en hábitos de abnegación, ni enseñados
a depender de sí mismos, como su salvaguardia en la vida. Este es el
gran pecado de los padres. No disciplinan a sus hijos ni los educan
para Dios. No les enseñan el dominio de sí mismos, la estabilidad del