Página 607 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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La causa en Vermont
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de que sus ofrendas voluntarias a Dios, no lo están enriqueciendo a
él, sino a ellos mismos. Cristo nos aconseja que hagamos tesoros en
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el cielo. ¿Para quién? ¿Para Dios, para que él pueda enriquecerse?
¡Oh, no! Los tesoros del mundo entero son suyos, y la indescriptible
gloria y los tesoros inapreciables del cielo son todos suyos, para
darlos a quien él desee. “Haceos tesoros en el cielo”. Los hombres a
quienes Dios ha hecho sus mayordomos están tan embobados con las
riquezas de este mundo, que no se dan cuenta de que con su egoísmo
y codicia están no sólo robando al Señor los diezmos y ofrendas,
sino privándose a sí mismos de la riquezas eternas. Podrían agregar
diariamente a sus tesoros celestiales al hacer la obra que el Señor les
encomendó, y que para realizarla les confió esas riquezas. El Amo
quiere que busquen oportunidades de hacer el bien y, mientras vivan,
dediquen sus bienes para ayudar a la salvación de sus semejantes
y para el avance de su causa en sus distintas ramas. Al hacer eso
sólo hacen lo que Dios requiere, dan a Dios las cosas que son suyas.
Muchos voluntariamente cierran sus ojos y su corazón por temor a
ver y a sentir las necesidades de la causa del Señor, y al ayudar a su
progreso disminuir sus entradas restando del interés o del capital.
Algunos piensan que lo que dan para la causa de Dios está realmente
perdido. Ven que se les van tantos pesos, y se sienten insatisfechos
a menos que puedan inmediatamente reemplazarlos de modo que
su tesoro terrenal no decrezca. Son mezquinos y aun astutos al
tratar con sus hermanos y también con los mundanos. No sienten
escrúpulos en trampear para beneficiarse y ganar unos pocos pesos.
Algunos, temiendo sufrir la pérdida de tesoros terrenales, descui-
dan la oración y las reuniones de adoración a Dios, para tener más
tiempo que dedicar a sus granjas o a sus negocios. Muestran por sus
obras cuál es el mundo que estiman más. Sacrifican los privilegios
religiosos, esenciales para su desarrollo espiritual, por las cosas de
esta vida y no obtienen el conocimiento de la voluntad divina. No
logran perfeccionar el carácter cristiano ni satisfacen la norma de
Dios. Ponen sus intereses temporales y mundanos en primer lugar,
y le roban a Dios el tiempo que debieran dedicarle a su servicio.
Dios observa a esas personas, y recibirán una maldición en lugar de
una bendición. Algunos colocan sus bienes fuera de su control al
dejarlos en manos de sus hijos. Su intención secreta es colocarse en
una posición donde ellos no sientan la responsabilidad de dar de sus
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