Página 609 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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La causa en Vermont
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están acopiando tesoros terrenales y dirigiendo sus esfuerzos a ganar
más. Son insensibles a la situación de los hombres y mujeres que
están en la esfera de influencia y que perecen por falta de conoci-
miento. Un trabajo bien dirigido, hecho con amor y humildad, haría
mucho para iluminar y convertir a sus semejantes; pero el ejemplo
de muchos que podrían hacer un gran bien, está virtualmente di-
ciendo: Vuestra alma tiene menos valor para mí que mis intereses
mundanales.
Muchos aman la verdad un poco, pero aman más a este mundo.
“Por sus frutos los conoceréis”. Se sacrifican las cosas espirituales
por las temporales. El fruto de tales personas no conduce a la santi-
dad, y su ejemplo no es tal como para convencer a los pecadores y
convertirlos de sus caminos equivocados, a la verdad. Permiten que
las almas se pierdan, cuando podrían salvarlas si hicieran esfuerzos
tan fervientes en su favor como los que han hecho para conseguir los
tesoros de esta vida. Para obtener más de las cosas del mundo, que
realmente no necesitan, y que sólo aumentan su responsabilidad y
condenación, muchos trabajan intensamente, con peligro de su salud
y su gozo espiritual, y la paz, el bienestar y la felicidad de su familia.
Permiten que las almas que los rodean se pierdan, porque temen que
requerirá un poco de su tiempo y de sus bienes para salvarlas. El
dinero es su dios. Llegan a la conclusión de que no será provechoso
sacrificar sus bienes para salvar almas.
La persona a quien se le ha confiado un talento no es responsable
por cinco o por dos, sino por ese único talento. Muchos descuidan
acumular tesoros en el cielo haciendo el bien con los bienes que
Dios les ha prestado. Desconfían de Dios y tienen mil temores
acerca del futuro. Como los hijos de Israel tienen corazones malos
de incredulidad. Dios proveyó a ese pueblo con abundancia, según
lo requerían sus necesidades; pero ellos se acarrearon problemas
para el futuro. Se quejaron y murmuraron en el viaje de que Moisés
los había sacado para matarlos de hambre a ellos y a sus hijos.
Necesidades imaginarias cerraron sus ojos y su corazón para que
no vieran la bondad y las mercedes de Dios en su travesía, y fueron
desagradecidos ante todas sus dádivas. Así es el desconfiado profeso
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pueblo de Dios en esta era de descreimiento y degeneración. Temen
verse en necesidad, o que a sus hijos les llegue a faltar algo, o que sus
nietos queden desamparados. No se atreven a confiar en Dios. No