Página 616 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
para representar correctamente el amor que moraba en su pecho por
la raza humana caída.
Hombres pudientes están muriendo espiritualmente por causa
de su negligencia en el uso de los recursos que Dios ha colocado en
sus manos para ayudar a salvar a sus semejantes. Algunos desper-
tarán a veces y resolverán hacerse de amigos por medio del injusto
Mammón, para que finalmente puedan ser recibidos en las moradas
eternas. Pero sus esfuerzos no son completos. Comienzan, pero al
no emprender la obra de corazón y con completo fervor, fracasan.
No son ricos en buenas obras. Mientras se detienen a considerar su
amor y su ansia de tesoros terrenales, Satanás les gana la batalla.
Se puede presentar una promisoria oportunidad de invertir en de-
rechos de patente o en alguna otra empresa supuestamente brillante,
alrededor de la cual. Satanás obra fascinante encanto. La perspecti-
va de ganar más dinero, rápida y fácilmente, los seduce. Razonan
que, aunque habían resuelto colocar ese dinero en la tesorería de
Dios, lo usarán en esta ocasión, y lo incrementarán en gran manera,
y luego darán una suma mayor a la causa. No ven posibilidad de
fracasar. Se van los recursos de sus manos, y pronto descubren, para
su pesar, que han cometido un error. Las brillantes perspectivas se
han desvanecido. Sus expectativas no se han concretado. Fueron
engañados. Satanás los venció. Fue más astuto que ellos, y logró
apoderarse de sus bienes, y así privar a la causa de Dios de lo que
debiera haberse usado para mantenerla, propagar la verdad y salvar
a las almas por las que Cristo murió. Perdieron todo lo que habían
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invertido, y robaron a Dios lo que debían haberle entregado a él.
Algunos a quienes se les confió un solo talento se excusan por
que no tienen un número tan grande de talentos como los que han
recibido muchos. Como el mayordomo infiel ocultan ese único
talento en la tierra. Temen dar a Dios lo que él les ha confiado.
Se ocupan de negocios terrenales, pero invirtieron poco o nada,
en la causa de Dios. Esperan que los que tienen muchos talentos
carguen con la responsabilidad de la obra, y piensan que ellos no
son responsables de su progreso y éxito.
Cuando el Maestro venga a arreglar cuentas con sus siervos,
los siervos insensatos admitirán confundidos: “Señor, te conocía
que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges
donde no esparciste; por lo cual tuve miedo (¿Miedo de qué? De