Página 629 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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La transferencia de tesoros terrenales
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Muy pocos se dan cuenta del poder de su amor por las rique-
zas hasta que se ven obligados a pasar por la prueba. Muchos que
profesan ser seguidores de Cristo, muestran entonces que no están
preparados para el cielo. Sus obras testifican que aman las riquezas
más que a sus semejantes o a su Dios. Igual que el joven rico, pre-
guntan por el camino a la vida, y cuando se les señala el camino,
y consideran el costo, y se convencen de que deben sacrificar sus
riquezas terrenales y llegar a ser ricos en buenas obras, deciden que
el cielo cuesta demasiado. Cuanto más grandes son los tesoros acu-
mulados en la tierra, más difícil es para el que los posee darse cuenta
de que no son suyos, sino que le son prestados para usarlos para la
gloria de Dios.
Jesús aquí aprovecha la oportunidad para dar a sus discípulos
una impresionante lección: “Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo
a sus discípulos: ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los
que tienen riquezas!” “Más fácil es pasar un camello por el ojo de
una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios”.
Marcos 10:23, 25
.
Aquí se ve el poder de las riquezas. La fuerza del amor a las
riquezas en la mente humana es casi paralizadora. Muchos se embo-
ban por las riquezas, y actúan como si no estuvieran en su sano juicio.
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Cuanto más tienen, de las riquezas de este mundo, más desean. Sus
temores de verse en necesidad aumentan con sus riquezas. Están
siempre dispuestos a acumular bienes para el futuro. Son mezquinos
y egoístas, y temen que Dios no haga provisión para sus necesidades
futuras. Tales personas son ciertamente pobres con Dios. A medida
que se han acumulado sus riquezas, han puesto su confianza en ellas
y no han tenido fe en Dios ni en sus promesas.
El hombre pobre que tiene fe y confianza en Dios, que confía
en el amor y el cuidado del Señor, que abunda en buenas obras,
y que con buen criterio usa lo poco que tiene para bendecir a los
demás con sus recursos, es rico en Dios. Considera que su prójimo
tiene derechos que él no puede descuidar sin dejar de obedecer el
mandamiento de Dios: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Los pobres que son ricos en Dios consideran la salvación de sus
semejantes de mayor importancia que todo el oro y la plata que el
mundo contiene.
Cristo señala el modo por el cual los que tienen riquezas terrena-
les y no son ricos en Dios pueden conseguir las verdaderas riquezas.