Página 651 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Responsabilidad por la luz recibida
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quitan su luz y su fuerza. Los vi cubiertos de una nube, abatidos y
con frecuencia tristes. Sienten la falta del Espíritu de Dios.
Estimado hermano P, en todo momento usted debiera ser pru-
dente en su conducta. ¿Lo ha llamado Dios para ser un representante
de Cristo en la tierra, para rogar a los pecadores en su lugar que se
reconcilien con Dios? Esta es una obra solemne y exaltada. Cuando
usted termina de hablar en el púlpito, esa obra apenas comienza. No
queda libre de sus responsabilidades cuando no está presidiendo las
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reuniones, sino que todavía debiera mantenerse consagrado a la obra
de salvar almas. Debe ser una epístola viviente, conocida y leída por
todos los hombres. No debe buscar su comodidad. No debe pensar
en el placer. La salvación de las almas es el único tema importante.
A esta obra es llamado el ministro del Evangelio. Debe perseverar en
buenas obras fuera de las reuniones y adornar su profesión con una
conducta piadosa y un porte circunspecto. Con frecuencia, después
que su trabajo en el púlpito ha terminado y se sienta en compañía de
otras personas alrededor del fuego, por medio de su conversación
no cansagrada neutraliza los esfuerzos que realiza desde el púlpito.
Usted debe vivir el deber que predica a los demás, y debe tomar a
su cargo, como nunca lo ha hecho antes, la carga de la obra, el peso
de la responsabilidad que debe descansar sobre cada ministro de
Cristo. Confirme la obra realizada desde el púlpito continuándola
con un esfuerzo privado. Ocúpese en juiciosa conversación acerca
de la verdad presente, cerciorándose cándidamente del estado de
ánimo de los presentes, y en el temor de Dios haga una aplicación
práctica de alguna importante verdad a los casos de los que están
relacionados con usted. Usted no ha instado a tiempo y fuera de
tiempo, no ha redargüido, reprendido y exhortado con toda paciencia
y doctrina al llevar a cabo sus tareas.
El vigía en los muros de Sión, necesita estar constantemente en
guardia. Su vigilancia no debe cesar. Acostúmbrese a ser capaz de
tocar a las familias que se sientan con usted junto al hogar. Puede
lograr más de este modo que por el trabajo que hace desde el púlpito.
Vele por las almas como quien debe rendir cuentas. No dé ocasión
a los incrédulos para acusarlo de ser remiso en el cumplimiento de
este deber, descuidando de apelar a ellos personalmente. Hábleles
fielmente, y ruégueles que se rindan a la verdad. “Porque para Dios
somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se