Página 72 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
ciudad de Dios. Los tales jamás serán exaltados a la diestra de Jesús,
el precioso Salvador, el sufriente Hombre del Calvario. Su vida fue
de constante abnegación y sacrificio. Hay un lugar señalado para
cada uno de ellos entre los indignos, que no pueden participar de la
vida mejor, de la herencia inmortal.
Dios requiere de todos los hombres que le ofrezcan sus cuerpos
como sacrificio vivo, no un sacrificio muerto o moribundo, un sacri-
ficio cuya propia conducta ha debilitado, llenándolo de impurezas y
debilidad. Dios pide un sacrificio vivo. El cuerpo, según nos dice,
es el templo del Espíritu Santo, la morada del Espíritu, y requiere
de todos los que llevan su imagen que cuiden de sus cuerpos para
servirlo y glorificarlo. “No sois vuestros -dice el apóstol inspirado-.
Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios
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en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”.
1
Corintios 6:19-20
. Para lograrlo, añadan a la virtud ciencia, y a la
ciencia templanza, y a la templanza paciencia. Tenemos el deber
de saber cómo preservar el cuerpo en la mejor condición de salud
posible, y tenemos el sagrado deber de vivir a la altura de la luz
que Dios nos ha dado tan generosamente. Si cerramos los ojos a
la luz por temor de que nos permita ver nuestros errores, que no
estamos dispuestos a abandonar, nuestros pecados no disminuirán,
sino que aumentarán. Si no se toma en cuenta la luz referente a un
asunto, también se la dejará a un lado cuando se refiera a otros. Es
tan pecado violar las leyes que rigen nuestro ser, como quebrantar
uno de los diez mandamientos, porque no se puede hacer ninguna
de las dos cosas sin quebrantar la ley de Dios. No podemos amar
al Señor con todo nuestro corazón, nuestra mente, nuestra alma y
nuestra fuerza, mientras amamos nuestros apetitos y nuestros gustos
mucho más de lo que amamos al Señor. Cada día estamos dismi-
nuyendo nuestra capacidad de glorificar a Dios, en circunstancias
que él requiere toda nuestra fortaleza, toda nuestra mente. Como
consecuencia de nuestros hábitos nos estamos aferrando cada vez
menos a la vida, mientras profesamos ser seguidores de Cristo y que
nos estamos preparando para los toques finales de la inmortalidad.
Mis hermanos: ustedes tienen que hacer una obra que nadie pue-
de hacer por ustedes. Despierten de su letargo y Cristo les dará vida.
Modifiquen su manera de vivir, de comer, de beber, y de trabajar.
Mientras continúen con la conducta que han proseguido durante