Página 82 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
Se me mostró que usted no tiene el amor filial que debería tener.
El mal en su naturaleza se manifiesta en la forma más antinatural.
Usted no es tierna ni respetuosa con sus padres. No importa cuáles
hayan sido sus errores, no tiene excusa para justificar la conducta
que ha seguido para con ellos. Ha sido muy insensible e irrespetuosa.
Los ángeles se han apartado tristes de su lado mientras repetían estas
palabras: “Lo que sembrareis, eso también segaréis”. Si el tiempo
sigue, usted recibirá de sus hijos el mismo trato que sus padres han
recibido de usted. No ha meditado en la mejor manera de lograr
que sus padres sean felices, y no ha sacrificado después sus deseos
y placeres para lograrlo. Sus días sobre la tierra serán pocos en el
mejor de los casos, y estarán llenos de cuidados y sinsabores aunque
usted haga todo lo que pueda para suavizar su tránsito a la tumba.
“Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en
la tierra que Jehová tu Dios te da”.
Éxodo 20:12
. Este es el primer
mandamiento con promesa. Está en vigencia para el niño y el joven,
para la gente de edad madura y para los ancianos. No hay etapa
de la vida cuando los hijos están exentos de honrar a sus padres.
Esta solemne obligación recae sobre todo hijo e hija, y es una de las
condiciones que tienen que llenar para poder prolongar sus vidas
en la tierra que el Señor va a dar a los fieles. Este no es un asunto
cualquiera, sino de la mayor importancia. La promesa se cumplirá
a condición de que se obedezca el mandamiento. Si usted obedece,
vivirá largos días en la tierra que el Señor le va a dar. Si desobedece,
no prolongará su vida en esa tierra incomparable.
Este es, hermana, un tema para que lo considere con oración y
con meditación ferviente. Examine minuciosamente su corazón, a
la luz de la eternidad. No oculte nada a ese examen. Examine, ¡oh!
examine su vida, puesto que es cosa de vida o muerte, y condénese,
júzguese, y entonces por fe pida la sangre purificadora de Cristo para
eliminar las manchas que hay en su carácter cristiano. No se adule ni
se excuse. Obre lealmente con su propia alma. Y entonces, cuando
se vea como pecadora, caiga quebrantada a los pies de la cruz. Jesús
la recibirá, así manchada como está, y la lavará con su sangre, y la
limpiará de toda contaminación, y la preparará para participar de la
companía de los ángeles celestiales, en un Cielo puro y armonioso.
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No hay discordancia allí. Todo es salud, felicidad y gozo.