Página 96 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
recibido enfermedad como herencia, y el consumo inmoderado de
carne ha agravado el problema. La ingestión de carne de cerdo ha
producido en el organismo de ellos una cantidad de humor suma-
mente mortal. A sus hijos se les ha arrebatado la vitalidad antes de
nacer. Usted no ha añadido a la virtud conocimiento, y sus hijos
no han sido enseñados a conservarse en las mejores condiciones de
salud. Jamás debería servirse en su mesa un sólo pedazo de carne de
cerdo.
Sus hijos solamente han crecido, en vez de haber sido criados y
educados para que llegaran a ser cristianos. En muchos sentidos su
ganado ha recibido mejor trato que sus hijos. Usted no ha cumplido
su deber con ellos; en cambio, los ha dejado crecer en la ignorancia.
No se dio cuenta de la responsabilidad que asumía al traer al mundo
un rebaño tan numeroso; ni tampoco de que en buena medida debía
responder por su salvación. Usted no puede desechar esa respon-
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sabilidad. Ha privado a sus hijos de sus derechos al no interesarse
en su educación, y al no instruirlos paciente y fielmente para que
pudieran formar caracteres dignos del cielo. Su conducta ha hecho
mucho en el sentido de destruir la confianza de ellos en usted. Es
exigente, arrogante y tirano; se enoja, castiga y censura, y al hacerlo,
agosta el afecto que podrían sentir por usted. Los trata como si no
tuvieran derechos, como si fueran máquinas que usted puede mane-
jar a su antojo. Los provoca a ira y a menudo los desanima. No les
proporciona ni amor ni afecto. El amor engendra amor, y el afecto
engendra afecto. El espíritu que usted manifiesta hacia sus hijos, se
reflejará en usted.
Usted se encuentra en situación crítica, y no se da cuenta de ello.
Es imposible que un hombre intemperante sea paciente. Primero
viene la temperancia; después la paciencia. Por tanto tiempo ha
vivido para el yo y ha seguido las fantasías de su propio corazón, que
no puede distinguir las cosas espirituales. Su apetito y sus pasiones
concupiscentes lo han dominado. Los órganos superiores de la mente
se han debilitado, y han caído bajo el dominio de los inferiores. Las
inclinaciones animales se han ido fortaleciendo. Cuando se permite
que el apetito domine a la razón, se malogra la facultad de percibir
las cosas sagradas. La mente desciende de nivel, los afectos no
son santificados, y las palabras y los hechos ponen de manifiesto
lo que hay en el corazón. Dios se ha sentido disgustado y ha sido