Página 121 - Joyas de los Testimonios 3 (2004)

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La señal de nuestra orde
Hay peligro de que penetre en nuestros sanatorios un espíritu
de irreverencia y negligencia en la observancia del sábado. A los
hombres de responsabilidad que hay en la obra misionera médica les
incumbe el deber de dar instrucción a los médicos, los enfermeros
y auxiliares, con respecto a la santidad del día santo de Dios. Cada
médico debe esforzarse especialmente por dar el buen ejemplo. La
índole de sus deberes le induce naturalmente a sentirse justificado
por hacer en sábado muchas cosas que no debiera hacer. En lo
posible debe planear su trabajo de modo que pueda dejar de lado sus
deberes comunes.
Con frecuencia, los médicos y los enfermeros son llamados en
sábado a atender a los enfermos y a veces les resulta imposible tener
tiempo para descansar y asistir a los cultos devocionales. Nunca
se han de descuidar las necesidades de la humanidad doliente. Por
su ejemplo el Salvador nos ha mostrado que es correcto aliviar los
sufrimientos en sábado. Pero el trabajo innecesario, como los trata-
mientos y las operaciones comunes que pueden postergarse, debe
ser diferido. Hágase comprender a los pacientes que los médicos y
auxiliares deben tener un día de descanso. Hágaseles comprender
que los obreros temen a Dios y desean santificar el día que él puso
aparte para que sus hijos lo observen como señal entre él y ellos.
Los educadores y los educandos de nuestras instituciones médi-
cas deben recordar que para ellos y los dirigentes significa mucho
observar correctamente el sábado. Al guardar el sábado acerca del
cual Dios declara que debe ser santificado, revelan la señal de su
orden y muestran claramente que están de parte de su Señor.
Ahora y siempre hemos de destacarnos como pueblo distinto
y peculiar, libre de toda política mundana, sin los estorbos que
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representaría el confederarse con aquellos que no tienen sabiduría
para discernir los requerimientos de Dios tan claramente presentados
en su ley. Todas nuestras instituciones médicas han sido establecidas
Testimonios para la Iglesia 7:106-109 (1902)
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