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Joyas de los Testimonios 3
ángeles desleales. Los ángeles buenos y los malos luchan alrededor
de cada hombre. No es un conflicto imaginario; no son batallas
simuladas aquellas en que estamos empeñados. Tenemos que hacer
frente a los adversarios más poderosos y nos incumbe decidir quié-
nes vencerán. Debemos hallar nuestra fuerza precisamente donde
hallaron la suya los primeros discípulos. “Perseveraban unánimes en
oración y ruego.” “De repente vino un estruendo del cielo como de
un viento recio que corría, el cual hinchió toda la casa donde estaban
sentados.” “Y fueron todos llenos del Espíritu Santo.”
Hechos 1:14
;
2:2, 4
.
No hay excusa para la deserción o el desaliento, puesto que
todas las promesas de la gracia celestial pertenecen a los que tienen
hambre y sed de justicia. La intensidad del deseo representado por
el hambre y la sed es una garantía de que lo que más necesitamos
nos será otorgado.
Tan pronto como reconocemos nuestra incapacidad para hacer
la obra de Dios, y nos sometemos a él para ser guiados por su sabi-
duría, el Señor puede trabajar con nosotros. Si estamos dispuestos
a desterrar el egoísmo de nuestra alma, él suplirá todas nuestras
necesidades.
Colocad vuestra mente y vuestra voluntad donde el Espíritu
Santo pueda alcanzarlas, pues él no usará la mente ni la conciencia
de otro hombre para revelarse a vosotros. Estudiad la Palabra de
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Dios pidiendo fervientemente la sabiduría de Dios. Consultad la
razón santificada y enteramente sometida a Dios.
Mirad a Jesús con sencillez y fe. Contemplad al Salvador hasta
que vuestro espíritu desfallezca bajo el exceso de luz. Oramos y
creemos sólo a medias. “Pedid, y se os dará.”
Lucas 11:9
. Orad,
creed, fortaleceos unos a otros. Orad como nunca habéis orado, para
que el Señor ponga su mano sobre vosotros, y seáis habilitados para
comprender la longitud, la anchura, la profundidad y la altura del
amor de Cristo, que sobrepuja todo entendimiento, y estéis henchidos
de la plenitud de Dios.
Un motivo de esperanza
El hecho de que somos llamados a soportar pruebas demuestra
que el Señor Jesús ve en nosotros algo muy precioso, que desea