Página 200 - Joyas de los Testimonios 3 (2004)

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La promesa del espírit
Dios no nos pide que hagamos con nuestra fuerza la obra que
nos espera. El ha provisto ayuda divina para todas las emergencias
a las cuales no puedan hacer frente nuestros recursos humanos. Da
el Espíritu Santo para ayudarnos en toda dificultad, para fortale-
cer nuestra esperanza y seguridad, para iluminar nuestra mente y
purificar nuestro corazón.
Precisamente antes de su crucifixión, el Salvador dijo a sus dis-
cípulos: “No os dejaré huérfanos.” “Yo rogaré al Padre, y os dará
otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre.” “Cuando
viniere aquel Espíritu de verdad, él os guiará a toda verdad; porque
no hablará de sí mismo, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará
saber las cosas que han de venir.” “El os enseñará todas las cosas, y
os recordará todas las cosas que os he dicho.”
Juan 14:18, 16
;
16:13
;
14:26
.
Cristo hizo provisión para que su iglesia fuese un cuerpo trans-
formado, iluminado por la luz del cielo, que poseyese la gloria de
Emmanuel. El quiere que todo cristiano esté rodeado de una atmós-
fera espiritual de luz y paz. No tiene límite la utilidad de aquel que,
poniendo el yo a un lado, da lugar a que obre el Espíritu Santo en su
corazón, y vive una vida completamente consagrada a Dios.
¿Cuál fué el resultado del derramamiento del Espíritu en el día
de Pentecostés? Las buenas nuevas de un Salvador resucitado fueron
proclamadas hasta los confines más remotos del mundo habitado. El
corazón de los discípulos quedó sobrecargado de una benevolencia
tan completa, profunda y abarcante, que los impulsó a ir hasta los
confines de la tierra testificando: “Lejos esté de mí gloriarme, sino
en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.”
Gálatas 6:14
. Mientras
proclamaban la verdad tal cual es en Jesús, los corazones cedían
al poder del mensaje. La iglesia veía a los conversos acudir a ella
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desde todas las direcciones. Los apóstatas se volvían a convertir.
Los pecadores se unían con los cristianos en la búsqueda de la
Testimonios para la Iglesia 8:19-23 (1904)
. (Del cap. “El poder prometido.”)
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