Página 201 - Joyas de los Testimonios 3 (2004)

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La promesa del espíritu
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perla de gran precio. Los que habían sido acérrimos oponentes del
Evangelio llegaron a ser sus campeones. Se cumplía la profecía: El
débil será “como David,” y la casa de David, “como el ángel del
Señor.” Cada cristiano veía en su hermano la divina similitud del
amor y la benevolencia. Un solo interés prevalecía. Un objeto de
emulación absorbía a todos los demás. La única ambición de los
creyentes consistía en revelar un carácter semejante al de Cristo y
trabajar para el engrandecimiento de su reino.
“Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Je-
sús con gran esfuerzo; y gran gracia era en todos ellos.”
Hechos 4:33
.
Gracias a sus labores se añadieron a la iglesia hombres elegidos,
quienes, recibiendo la Palabra de vida, consagraron su existencia
a la obra de comunicar a otros la esperanza que había llenado su
corazón de paz y gozo. Centenares proclamaron el mensaje: “El
reino de Dios está cerca.”
Marcos 1:15
. No se los podía constreñir
ni intimidar por amenazas. El Señor hablaba por su medio, y don-
dequiera que fuesen los enfermos eran sanados y el Evangelio era
predicado a los pobres.
Tal es el poder con que Dios puede obrar cuando los hombres se
entregan al control de su Espíritu.
Primero debe haber unidad perfecta
A nosotros hoy, tan ciertamente como a los primeros discípulos,
pertenece la promesa del Espíritu. Dios dotará hoy a hombres y
mujeres del poder de lo alto, como dotó a los que, en el día de
Pentecostés, oyeron la palabra de salvación. En este mismo momento
su Espíritu y su gracia son para todos los que los necesitan y quieran
aceptar su palabra al pie de la letra.
Notemos que el Espíritu fué derramado después que los discípu-
los hubieron llegado a la unidad perfecta, cuando ya no contendían
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por el puesto más elevado. Eran unánimes. Habían desechado todas
las diferencias. Y el testimonio que se da de ellos después que les fué
dado el Espíritu es el mismo. Notemos la expresión: “La multitud de
los que habían creído era de un corazón y un alma.”
Hechos 4:32
. El
Espíritu de Aquel que había muerto para que los pecadores viviesen
animaba a toda la congregación de los creyentes.