Página 206 - Joyas de los Testimonios 3 (2004)

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La obra en todo el mund
“¿No Decís vosotros: Aun hay cuatro meses hasta que llegue la
siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos, y mirad las regiones,
porque ya están blancas para la siega. Y el que siega, recibe salario,
y allega fruto para vida eterna; para que el que siembra también
goce, y el que siega. Porque en esto es el dicho verdadero: Que uno
es el que siembra, y otro es el que siega.”
Juan 4:35-37
.
Después de sembrar la semilla, el labrador se ve obligado a
aguardar durante meses para que germine y se desarrolle hasta ser
cereal listo para ser cosechado. Pero al sembrar se siente alentado
por la expectativa del fruto venidero. Su labor queda aliviada por la
esperanza de un buen rendimiento en la cosecha.
No sucedía así con las semillas de verdad sembradas por Cristo
en la mente de la mujer samaritana durante su conversación con ella
al lado del pozo. La mies de la siembra que hizo no fué remota, sino
inmediata. Apenas había pronunciado sus palabras, cuando la semilla
así sembrada brotó y produjo frutos, despertó el entendimiento de
ella y la capacitó para saber que había estado conversando con el
Señor Jesucristo. Ella dejó brillar en su corazón los rayos de la luz
divina. Olvidando su cántaro, se apresuró a comunicar las buenas
nuevas a sus hermanos samaritanos. “Venid—dijo,—ved un hombre
que me ha dicho todo lo que he hecho.”
Juan 4:29
. Y ellos salieron
en seguida a verle. Entonces fué cuando comparó las almas de los
samaritanos a un campo de cereal. “Alzad vuestros ojos—dijo a sus
discípulos,—y mirad las regiones, porque ya están blancas para la
siega.”
“Viniendo pues los Samaritanos a él, rogáronle que se quedase
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allí: y se quedó allí dos días.” ¡Y cuán ocupados fueron esos días!
¿Qué se nos dice en cuanto al resultado? “Y creyeron muchos más
por la palabra de él. Y decían a la mujer: Ya no creemos por tu dicho;
porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente
éste es el Salvador del mundo, el Cristo.”
Juan 4:40-42
.
Testimonios para la Iglesia 8:30-37 (1904)
.
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