Página 246 - Joyas de los Testimonios 3 (2004)

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Las leyes de la naturalez
AL espaciarse en las leyes de la materia y de la naturaleza, mu-
chos pierden de vista la intervención continua y directa de Dios,
si es que no la niegan. Expresan la idea de que la naturaleza actúa
independientemente de Dios, teniendo en sí y de por sí sus propios
límites y sus propios poderes con que obrar. Hay en su mente una
marcada distinción entre lo natural y lo sobrenatural. Atribuyen
lo natural a causas comunes, desconectadas del poder de Dios. Se
atribuye poder vital a la materia, y se hace de la naturaleza una divi-
nidad. Se supone que la materia está colocada en ciertas relaciones,
y que se la deja obrar de acuerdo a leyes fijas, en las cuales Dios
mismo no puede intervenir; que la naturaleza está dotada de ciertas
propiedades y sujeta a ciertas leyes, y luego abandonada a sí misma
para que obedezca a estas leyes y cumpla la obra originalmente
ordenada.
Esta es una ciencia falsa; en la Palabra de Dios no hay nada que
pueda sostenerla. Dios no anula sus leyes, sino que obra continua-
mente por su intermedio y las usa como sus instrumentos. Ellas no
obran de por sí. Dios está obrando perpetuamente en la naturaleza.
Ella es su sierva, y él la dirige como a él le place. En su obra, la
naturaleza atestigua la presencia inteligente y la intervención activa
de un Ser que actúa en todas sus obras de acuerdo con su voluntad.
No es por un poder original inherente a la naturaleza cómo año tras
año la tierra produce sus dones y continúa su marcha en derredor
del sol. La mano del poder infinito obra de continuo para guiar este
planeta. Lo que le conserva su posición en su rotación es el poder
de Dios ejercitado momentáneamente.
El Dios del cielo obra constantemente. Su poder hace florecer
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la vegetación, aparecer cada hoja y abrirse cada flor. Cada gota
de lluvia o copo de nieve, cada brizna de hierba, cada hoja, flor y
arbusto, testifican acerca de Dios. Estas cosas pequeñas que son
tan comunes en derredor nuestro enseñan la lección de que nada
Testimonios para la Iglesia 8:259-261 (1904)
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