Página 275 - Joyas de los Testimonios 3 (2004)

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Llamados a ser testigos
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desprende de las vidas de personas que se dicen defensoras de la
verdad.
El propósito de Dios es glorificarse a sí mismo delante del mundo
en su pueblo. El quiere que los que llevan el nombre de Cristo le
representen por el pensamiento, la palabra y la acción. Deben tener
pensamientos puros y pronunciar palabras nobles y animadoras,
capaces de atraer al Salvador a las personas que los rodean. La
religión de Cristo debe estar entretejida en todo lo que dicen y
hacen. En todos sus negocios, debe desprenderse el perfume de la
presencia de Dios.
El pecado es una cosa detestable. Por su causa fué marchitada
la hermosura moral de un gran número de ángeles. Penetró en el
mundo y borró casi por completo la imagen de Dios en el hombre.
Mas, en su gran amor, Dios ofreció al hombre la posibilidad de
recuperar la posición que había perdido al ceder al tentador. Cristo
vino a ponerse a la cabeza de la humanidad para desarrollar en favor
nuestro un carácter perfecto. Los que le reciben nacen de nuevo.
Cristo vió a la humanidad, como consecuencia del enorme desa-
rrollo del pecado, dominada por el príncipe de las potestades del
aire y manifestando una fuerza gigantesca en obras de maldad. Vió
también que un poder mayor debía hacer frente a Satanás y derro-
tarlo. “Ahora es el juicio de este mundo—dijo:—ahora el príncipe
de este mundo será echado fuera.”
Juan 12:31
. Cristo vió que si los
seres humanos creían en él, les sería concedido poder para afrontar
al ejército de los ángeles caídos, cuyo nombre es legión. Fortificó su
alma con el pensamiento de que, merced al sacrificio maravilloso
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que iba a hacer, el príncipe de este mundo sería echado fuera, y
hombres y mujeres serían capacitados, por la gracia de Dios, para
recuperar lo que habían perdido.
Hombres y mujeres pueden vivir la vida que Cristo vivió en este
mundo si se revisten de su poder y siguen sus instrucciones. Pueden
recibir, en su lucha con Satanás, todos los socorros que Cristo mismo
recibió. Pueden llegar a ser más que vencedores, por Aquel que los
amó y se dió a sí mismo por ellos.
La vida de los que profesan ser cristianos sin vivir la vida de
Cristo, es una burla para la religión. Cualquiera que esté inscrito en
los registros de la iglesia tiene el deber de representar al Salvador
llevando el adorno interior de un espíritu manso y apacible. Debe