Página 313 - Joyas de los Testimonios 3 (2004)

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Condiciones actuales en las ciudades
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Los juicios de Dios sobre nuestras ciudades
Estando en Loma Linda, California, el 16 de abril de 1906, pasó
delante de mí una de las más asombrosas escenas. En una visión
de la noche, yo estaba sobre una altura desde donde veía las casas
sacudirse como el viento sacude los juncos. Los edificios, grandes y
pequeños, se derrumbaban. Los sitios de recreo, los teatros, hoteles
y palacios suntuosos eran conmovidos y derribados. Muchas vidas
eran destruídas y los lamentos de los heridos y aterrorizados llenaban
el espacio.
Los ángeles destructores, enviados por Dios, estaban obrando.
Un simple toque, y los edificios construídos tan sólidamente que
los hombres los tenían por resguardados de todo peligro quedaban
reducidos a un montón de escombros. Ninguna seguridad había en
parte alguna. Personalmente, no me sentía en peligro, pero no puedo
describir las escenas terribles que se desarrollaron ante mi vista. Era
como si la paciencia de Dios se hubiese agotado y hubiese llegado
el día del juicio.
Entonces el ángel que estaba a mi lado me dijo que muy pocas
personas se dan cuenta de la maldad que reina en el mundo hoy,
especialmente en las ciudades grandes. Declaró que el Señor ha
fijado un tiempo cuando su ira castigará a los transgresores por su
persistente menoscabo de su ley.
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Aunque terrible, la escena que pasó ante mis ojos no me hizo
tanta impresión como las instrucciones que recibí en esa ocasión.
El ángel que estaba a mi lado declaró que la soberanía de Dios, el
carácter sagrado de su ley, deben ser manifestados a los que rehusan
obstinadamente obedecer al Rey de reyes. Los que prefieran quedar
infieles habrán de ser heridos por los juicios misericordiosos, a fin
de que, si posible fuere, lleguen a percatarse de la culpabilidad de
su conducta.
Durante el día siguiente, estuve pensando en las escenas que
habían pasado ante mis ojos y en las instrucciones que las habían
acompañado. Por la tarde fuimos a Glendale, cerca de Los Angeles.
En el transcurso de la noche siguiente, recibí nuevas instrucciones
tocante al carácter santo y obligatorio de los diez mandamientos y
de la supremacía de Dios sobre todos los gobernantes terrenales.