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Joyas de los Testimonios 3
Me parecía estar en medio de una asamblea, presentando al
público los requerimientos de la ley divina. Leí el pasaje relativo
a la institución del sábado en el Edén, al final de la semana de la
creación, y lo referente a la promulgación de la ley en el Sinaí.
Después declaré que el sábado debe ser observado como señal de
un “pacto perpetuo” entre Dios y los que le pertenecen, a fin de que
sepan que son santificados por Jehová, su Creador.
Luego insistí en el hecho de que el gobierno de Dios rige supre-
mo todos los gobiernos de los hombres. Su ley debe ser regla de
conducta para todos. No es permitido a los hombres pervertir sus
sentidos por la intemperancia, o someter su mente a las influencias
satánicas, porque ello los deja en la imposibilidad de observar la ley
de Dios. Aunque el divino Soberano soporte con paciencia la mal-
dad, no puede ser engañado, y no callará para siempre. Su autoridad
y supremacía como Príncipe del universo, deben ser reconocidas, y
las justas demandas de su ley vindicadas.
Muchas otras instrucciones tocante a la longanimidad de Dios y
la necesidad de hacer comprender a los transgresores el peligro de
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la posición que ocupan delante de él, fueron repetidas al público tal
como yo las había recibido de mi instructor.
El 18 de abril, dos días después de haber tenido la visión del
derrumbamiento de los edificios, fuí a la capilla de la calle Carr, en
Los Angeles, donde se me esperaba. Como íbamos llegando, oímos
a los vendedores de diarios que gritaban: “¡San Francisco destruído
por un terremoto!” Con el corazón lleno de angustia leí las primeras
noticias del terrible desastre.
Dos semanas más tarde, al volver a nuestra casa, pasamos por
San Francisco, y, alquilando un coche, visitamos por una hora y
media la desolación de aquella gran ciudad. Edificios reputados
indestructibles yacían en ruinas. Algunas casas estaban en parte
hundidas en el suelo. La ciudad ofrecía un cuadro lamentable de la
vanidad de los esfuerzos humanos para construir edificios a prueba
de fuego y terremotos.
Por boca del profeta Sofonías, el Señor habla de los juicios con
que afligirá a los que hacen el mal: “Destruiré del todo todas las
cosas de sobre la haz de la tierra, dice Jehová. Destruiré los hombres
y las bestias; destruiré las aves del cielo, y los peces de la mar, y las