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Joyas de los Testimonios 3
¡Ojalá pudiésemos ver las necesidades de esas ciudades como
Dios las ve! En un tiempo como éste, cada mano debe encontrar
ocupación. ¡El Señor viene; el fin se acerca; sí, se aproxima apre-
suradamente! Dentro de poco, no podremos trabajar tan libremente
como ahora. Escenas terribles nos esperan y debemos hacer con
apresuramiento lo que nos falta hacer.
Un motivo para servir
En el transcurso de una de las últimas noches, fuí despertada
de mi sueño y vi los padecimientos que Cristo tuvo que soportar
en favor de los hombres. Su sacrificio, las burlas y los insultos que
recibió de parte de los malvados, su agonía en Getsemaní, la traición
y la crucifixión: todo esto me fué mostrado vívidamente.
Vi a Cristo en medio de un gran concurso de gente. Procuraba
grabar sus enseñanzas en las mentes. Pero era menospreciado y
rechazado. Los hombres le abrumaban de injurias e ignominia. Este
espectáculo me produjo gran angustia. Rogué así a Dios: “¿Qué
sucederá a esta congregación? ¿Será posible que en la muchedumbre
nadie renuncie a la alta opinión que tiene de sí mismo para buscar al
Señor como un niño? ¿Ninguno quebrantará su corazón delante de
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Dios por medio del arrepentimiento y la confesión?”
Luego vi la agonía de Cristo en el huerto de Getsemaní, cuan-
do la copa misteriosa temblaba en la mano del Redentor. “Padre
mío—rogaba,—si es posible, pase de mí este vaso; empero no co-
mo yo quiero, sino como tú.”
Mateo 26:39
. Mientras suplicaba a
su Padre, grandes gotas de sangre caían de su cara hasta el suelo.
Las potestades de las tinieblas se congregaban alrededor de él para
desanimarlo.
Levantándose del suelo, volvió adonde estaban sus discípulos
a los que había recomendado que velasen y orasen con él, por te-
mor a que fuesen presa de la tentación. El quería cerciorarse de si
comprendían su agonía; experimentaba la necesidad de simpatía
humana. Pero los halló dormidos. Por tres veces fué a ellos y cada
vez los encontró durmiendo.
Por tres veces el Salvador pronunció la oración: “¡Padre mío, si
es posible pase de mí este vaso!” Fué entonces cuando el destino de
un mundo perdido tembló en la balanza. Si Cristo hubiese rehusado