Página 47 - Joyas de los Testimonios 3 (2004)

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Nuestra actitud para con las autoridades civiles
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rán asombrados al ver cómo fueron archivadas muchas cosas que
darán pie a los argumentos de nuestros adversarios. Muchos se sor-
prenderán al oír cómo sus propias palabras se repiten exageradas,
para darles un significado que no se proponían darles. Por lo tanto,
ejerzan cuidado nuestros hermanos y hablen cautelosamente en todo
momento y en toda circunstancia. Sean todos cautos, no sea que por
expresiones temerarias provoquen un tiempo de aflicción antes de la
gran crisis que ha de probar las almas de los hombres.
Cuanto más escaseen los cargos directos que hagamos contra
las autoridades y potestades, tanto mayor será la obra que podremos
realizar en los Estados Unidos y en los otros países, pues las demás
naciones seguirán el ejemplo de los Estados Unidos. Si bien éstos
encabezarán el movimiento, la misma crisis sobrevendrá a nuestro
pueblo en todas partes del mundo.
Nuestra obra consiste en magnificar y exaltar la ley de Dios. La
verdad de la santa Palabra de Dios debe ser manifestada. Debemos
enaltecer las Escrituras como norma de vida. Con toda modestia,
con un espíritu de gracia y el amor de Dios, debemos indicar a los
hombres que el Señor Dios es el Creador de los cielos y de la tierra,
y que el séptimo día es reposo de Jehová.
En el nombre del Señor hemos de avanzar, desplegar su estandar-
te y defender su Palabra. Cuando las autoridades nos ordenen que no
hagamos esta obra; cuando nos prohiban proclamar los mandamien-
tos de Dios y la fe de Jesús, entonces será necesario que digamos
como los apóstoles: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer
antes a vosotros que a Dios: porque no podemos dejar de decir lo
que hemos visto y oído.”
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La verdad ha de ser presentada con el poder del Espíritu Santo.
Es lo único que puede dar eficacia a nuestras palabras. Únicamente
por el poder del Espíritu se habrá de ganar y conservar la victoria. El
agente humano debe ser movido por el Espíritu de Dios. Los obreros
deben ser guardados para la salvación por el poder de Dios mediante
la fe. Deben tener sabiduría divina, a fin de que nada de lo que digan
incite a los hombres a cerrarnos el camino. Inculcando la verdad
espiritual, hemos de preparar un pueblo que podrá, con mansedumbre
y temor, dar razón de su fe ante las más altas autoridades de nuestro
mundo.