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Joyas de los Testimonios 3
Necesitamos presentar la verdad en su sencillez, defender la
piedad práctica; y debemos hacer esto con el espíritu de Cristo. La
manifestación de un espíritu tal ejercerá la mejor influencia sobre
nuestras propias almas, y tendrá un poder convincente sobre los
demás. Demos al Señor oportunidad de obrar por intermedio de sus
propios agentes. No nos imaginemos que podremos trazar planes
para el futuro; reconozcamos a Dios como el que está manejando
el timón en todo tiempo y en toda circunstancia. El obrará por los
medios adecuados, y sostendrá, ensanchará y fortalecerá su pueblo.
Con celo santificado
Los agentes del Señor deben tener un celo santificado y comple-
tamente regido por él. Los tiempos tormentosos nos sobrecogerán
bastante pronto, y no debemos seguir una conducta impropia que
apresure su llegada. Vendrá una tribulación de un carácter tal que
impulsará hacia Dios a todos los que deseen ser suyos y solamente
suyos. Hasta que seamos probados en el horno de fuego no nos
conoceremos a nosotros mismos, y no es propio que midamos el
carácter de los demás ni condenemos a aquellos que no han recibido
todavía la luz del mensaje del tercer ángel.
Si deseamos que los hombres se convenzan de que la verdad
que creemos santifica el alma y transforma el carácter, no los abru-
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memos constantemente con acusaciones vehementes. Con ello no
lograríamos sino imponerles la conclusión de que la doctrina que
profesamos no puede ser la cristiana, ya que no nos hace bonda-
dosos ni corteses. El cristianismo no se manifiesta por acusaciones
pugilísticas y condenatorias.
Muchos de nuestros hermanos corren el riesgo de procurar ejer-
cer sobre otros un poder controlador y oprimir a sus semejantes.
Existe el peligro de que aquellos a quienes se han confiado respon-
sabilidades conozcan un solo poder: el de la voluntad no santificada.
Algunos han ejercido este poder sin escrúpulo y han perjudicado
grandemente a aquellos a quienes el Señor está usando. Una de las
mayores maldiciones de nuestro mundo (que se ve en las iglesias
y por doquiera) es el amor a la supremacía. Los hombres se dejan
absorber por la búsqueda del poder y de la popularidad. Para nuestro
agravio y vergüenza, este espíritu se ha manifestado en las filas de