Página 59 - Joyas de los Testimonios 3 (2004)

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Las actividades misioneras
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Sienten poca responsabilidad por el progreso de la obra, poco interés
en la salvación de las almas. Están llenos de celo en las cosas
mundanales, pero no hacen intervenir su religión en sus quehaceres.
Dicen: “La religión es religión, y los negocios son negocios.” Creen
que cada una de ambas cosas tiene su propia esfera, pero dicen:
“Permanezcan separadas.”
A causa de las oportunidades descuidadas y del abuso de los
privilegios, los miembros de esas iglesias no están creciendo “en la
gracia y conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.”
2
Pedro 3:18
. Por lo tanto, son débiles en fe, deficientes en conoci-
miento, y niños en experiencia. No están arraigados ni afirmados en
la verdad. Si permanecen así, los muchos engaños de los postreros
días los seducirán seguramente; porque no tendrán visión espiritual
para discernir entre la verdad y el error.
Dios ha dado a sus ministros el mensaje de verdad para que lo
proclamen. Las iglesias han de recibirlo, y de toda manera posible
comunicarlo, asimilándose los primeros rayos de la luz y difundién-
dolos. En no hacerlo consiste nuestro gran pecado. Llevamos años
de atraso. Los ministros han estado buscando el tesoro escondido,
abriendo el cofre y dejando resplandecer las joyas de la verdad; pero
los miembros de la iglesia no han hecho la centésima parte de lo
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que Dios requiere de ellos. ¿Qué podemos esperar sino deterioro
en la vida religiosa cuando la gente escucha sermón tras sermón, y
no pone en práctica la instrucción? Si no se la ejercita, la capacidad
que Dios ha dado degenera. Más que esto, cuando las iglesias son
dejadas en la inactividad, Satanás cuida de que estén empleadas.
El ocupa el campo, alista a los miembros en ramos de trabajo que
absorben sus energías, destruyen la espiritualidad y los hacen caer
como pesos muertos sobre la iglesia.
Hay entre nosotros quienes, si tomasen tiempo para considerarlo,
mirarían su posición indolente como un descuido pecaminoso de
los talentos que Dios les ha dado. Hermanos y hermanas, vuestro
Redentor y todos los santos ángeles se entristecen por la dureza de
vuestro corazón. Cristo dió su vida para salvar almas, y, sin embargo,
vosotros que habéis conocido su amor hacéis muy poco esfuerzo
para impartir las bendiciones de su gracia a aquellos por quienes él
murió. Semejante indiferencia y negligencia del deber asombra a
los ángeles. En el juicio tendréis que encontraros con las almas a