Página 88 - Joyas de los Testimonios 3 (2004)

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El culto de famili
Si hubo tiempo en el que cada casa debiera ser una casa de
oración, es ahora. Predominan la incredulidad y el escepticismo.
Abunda la inmoralidad. La corrupción penetra hasta el fondo de
las almas y la rebelión contra Dios se manifiesta en la vida de los
hombres. Cautivas del pecado, las fuerzas morales quedan sometidas
a la tiranía de Satanás. Juguete de sus tentaciones, el hombre va
donde lo lleva el jefe de la rebelión, a menos que un brazo poderoso
lo socorra.
Sin embargo, en esta época tan peligrosa, algunos de los que se
llaman cristianos no celebran el culto de familia. No honran a Dios
en su casa, ni enseñan a sus hijos a amarle y temerle. Muchos se
han alejado a tal punto de Dios que se sienten condenados cuando
se presentan delante de él. No pueden allegarse “confiadamente al
trono de la gracia,” “levantando manos limpias, sin ira ni contienda.”
Hebreos 4:16
;
1 Timoteo 2:8
. No están en comunión viva con Dios.
Su piedad no es más que una forma sin fuerza.
La idea de que la oración no es esencial es una de las astucias de
las que con mayor éxito se vale Satanás para destruir a las almas. La
oración es una comunión con Dios, fuente de la sabiduría, fuerza,
dicha y paz. Jesús oró a su Padre “con gran clamor y lágrimas.”
Pablo exhortó a los creyentes a “orar sin cesar” y a hacer conocer sus
necesidades por “peticiones delante de Dios en toda oración y ruego,
con hacimiento de gracias.” Santiago dice: “Rogad los unos por los
otros, ... la oración del justo, obrando eficazmente, puede mucho.”
Hebreos 5:7
;
1 Tesalonicenses 5:17
;
Filipenses 4:6
;
Santiago 5:16
.
Mediante oraciones sinceras y fervientes, los padres deberían
alzar como una valla alrededor de sus hijos. Deberían orar con fe
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implícita para que Dios habite en ellos y que los santos ángeles los
preserven, a ellos y a sus hijos, de la potencia cruel de Satanás.
En cada familia debería haber una hora fija para el culto matutino
y vespertino. ¿No conviene a los padres reunir en derredor suyo a
Testimonios para la Iglesia 7:42-44 (1902)
.
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