La encarnación
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El Espíritu Santo prometido, a quien él había de mandar después
que ascendiera a su Padre, está constantemente trabajando para atraer
la atención al gran sacrificio oficial hecho en la cruz del Calvario, y
para desarrollar ante el mundo el amor de Dios hacia el hombre, y
para abrir ante el alma culpable las cosas preciosas que hay en las
Escrituras, para presentar a las mentes entenebrecidas los rayos bri-
llantes del Sol de Justicia, las verdades que hacen que sus corazones
ardan dentro de ellos por haberse despertado el conocimiento de las
verdades referentes a la eternidad.
¿Quién sino el Espíritu Santo presenta delante de la mente la
norma moral de justicia y convence de pecado, y produce el dolor
piadoso que obra arrepentimiento, un arrepentimiento del cual no
necesitamos arrepentirnos, e inspira el ejercicio de la fe en Aquel
que es el único que puede salvar de todo pecado?
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¿Quién sino el Espíritu Santo puede obrar en las mentes humanas
para transformar el carácter, retirando los afectos de aquellas cosas
que son temporales, perecederas, y llenando el alma con un ferviente
deseo al presentarle la herencia inmortal, la eterna sustancia que
no puede perecer, recreando, refinando y santificando los agentes
humanos a fin de que puedan llegar a ser miembros de la familia
real, hijos del rey del cielo?...
Cristo venció el pecado como hombre
—La caída de nuestros
primeros padres quebró la cadena de oro de la obediencia implícita
de la mente humana a la divina. La obediencia ya no se consideraba
como una absoluta necesidad. Los agentes humanos seguían sus
propias imaginaciones que, según lo que Dios dijo acerca de los ha-
bitantes del mundo antiguo, eran malas, y continuas. El Señor Jesús
declara: “He guardado los mandamientos de mi Padre”. ¿Cómo?
Como hombre. “He aquí, he venido a hacer tu voluntad oh Dios”.
Hizo frente a las acusaciones de los judíos, con un carácter puro,
virtuoso y santo, y los desafió con las siguientes palabras: “¿Quién
de vosotros me redarguye de pecado?”
Nuestro ejemplo y nuestro sacrificio por el pecado
—El Re-
dentor del mundo vino no solamente para ser un sacrificio por el
pecado, sino como ejemplo para el hombre en todas las cosas, un
carácter santo, y humano. Era un maestro, un educador, como el
mundo jamás había visto o escuchado antes. Habló como uno que
tenía autoridad, y sin embargo conquistaba la confianza de todos.