Página 141 - Mensajes Selectos Tomo 3 (2000)

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La encarnación
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Tened en cuenta que la victoria y la obediencia de Cristo es la
de un verdadero ser humano. En nuestras conclusiones cometemos
muchos errores debido a nuestras opiniones equivocadas acerca de
la naturaleza humana de nuestro Señor. Cuando nosotros le damos
a su naturaleza humana un poder que es imposible que el hombre
tenga en sus conflictos con Satanás, destruimos el carácter completo
de su humanidad. El da a todos los que lo reciben por la fe, su gracia
y su poder que les atribuye. La obediencia de Cristo a su Padre era
[y es] la misma obediencia que se requería del hombre.
El hombre no puede vencer las tentaciones de Satanás sin que
el poder divino se combine con su capacidad. Tal ocurría también
con Cristo Jesús: él podía echar mano del poder divino. El no vino a
nuestro mundo para prestar obediencia como un dios menor a otro
mayor, sino como un hombre que debía obedecer la santa ley de
Dios. Y de esta manera él es nuestro ejemplo.
Jesús mostró lo que el hombre podía hacer
—El Señor Jesús
vino a nuestro mundo, no para revelar lo que Dios podía hacer sino
lo que el hombre podía alcanzar por medio de la fe en el poder de
Dios, ayudándolo en toda emergencia. Por medio de la fe, el hombre
sería participante de la naturaleza divina, para vencer la tentación a
la cual se veía enfrentado. El Señor demanda ahora que todo hijo e
hija de Adán, por la fe en Jesucristo, le sirva en la naturaleza humana
que tenemos ahora.
El Señor Jesús ha salvado el abismo abierto por el pecado. El
ha unido la tierra con el cielo, el hombre finito con el Dios infinito.
Jesús, el Redentor del mundo, sólo podía guardar los mandamientos
de Dios de la misma manera en que la humanidad puede guardarlos
hoy. “Por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas
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promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la natu-
raleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo
a causa de la concupiscencia”.
2 Pedro 1:4
.
Debemos practicar el ejemplo de Cristo, teniendo en cuenta su
carácter de Hijo [de Dios] y su carácter de humano. No fue Dios el
que resultó tentado en el desierto, ni un Dios que había de soportar
la contradicción de los pecadores contra él: fue la majestad del cielo
hecha hombre. Se humilló a sí mismo tomando nuestra naturaleza
humana.