Página 167 - Mensajes Selectos Tomo 3 (2000)

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Elena G. de White informa acerca del congreso de Mineápolis
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más fervientes llamados a mis hermanos y hermanas cuando se
congregaban en las reuniones matutinas, y les rogué e insistí en que
debíamos hacer de esa ocasión un tiempo provechoso, escudriñando
juntos las Escrituras, con humildad de corazón. Les rogué e insistí
en que no debía haber tal libertad de hablar cosas de las cuales ellos
sólo tenían escaso conocimiento.
Todos necesitaban aprender algunas lecciones en la escuela de
Cristo. Jesús hizo la invitación: “Venid a mí todos los que estáis
trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre
vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y
hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y
ligera mi carga”.
Mateo 11:28-30
. Si aprendemos diariamente las
lecciones de mansedumbre y humildad de corazón, no existirán los
sentimientos que reinaban en esa reunión.
Existen algunas diferencias de opinión sobre algunos temas,
pero ¿es ésta una razón para albergar sentimientos agrios y duros?
¿Se entronizarán en el corazón la envidia, las malas sospechas, las
suspicacias y malas imaginaciones, el odio y los celos? Todas estas
cosas son malas, y pertenecen solamente a la maldad. Nuestra ayuda
está sólo en Dios. Pasemos mucho tiempo en oración y en el estudio
de las Escrituras con el debido espíritu: un espíritu con deseos de
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aprender y dispuesto a ser corregido o rectificado en cualquier punto
en que podamos estar en error. Si Jesús está en nuestro medio y
nuestros corazones se derriten de ternura movidos por su amor,
tendremos uno de los mejores congresos al que jamás hayamos
asistido.
Un congreso activo e importante
—Había muchos asuntos que
tratar. La obra se había ampliado; se habían abierto nuevas misio-
nes y organizado nuevas iglesias. Todos debían estar en armonía y
sentirse libres para consultar juntos como hermanos que trabajaban
en el gran campo de la cosecha, trabajando todos con interés en
las diferentes ramas de la obra, y considerando en forma desinte-
resada cómo podría hacerse la obra de Dios con mayor ventaja. Si
alguna vez hubo un tiempo cuando, como congreso, necesitamos
la gracia especial y la iluminación del Espíritu de Dios, fue en esta
reunión. Había un poder que procedía desde abajo y que movía los
espíritus para producir un cambio en la constitución y las leyes de
nuestra nación, un poder que quiere atar las conciencias de todos los