Página 172 - Mensajes Selectos Tomo 3 (2000)

Basic HTML Version

168
Mensajes Selectos Tomo 3
revela también la ley como santa, justa y buena, realmente gloriosa
cuando se ve en su verdadero carácter.
Si todos los hermanos que están en el ministerio hubieran acu-
dido a sus Biblias juntos, con el espíritu de Cristo, respetándose
mutuamente y con verdadera cortesía cristiana, el Señor habría sido
su instructor. Pero el Señor no tiene oportunidad para impresionar
mentes sobre las cuales Satanás tiene un poder tan grande. Todo lo
que no armonice con la mente de ellos y su juicio humano, aparecerá
lleno de sombras y oscuros lineamientos...
[194]
El espíritu de muchos agobiaba a Elena de White
—Mi preo-
cupación durante la reunión era la de presentar a Jesús y su amor
ante mis hermanos, porque vi señaladas evidencias de que muchos
no tenían el espíritu de Cristo. Mi mente se conservaba en paz, cen-
trada en Dios, y me entristecí al ver que un espíritu diferente había
penetrado en la experiencia de nuestros hermanos en el ministerio,
y que el mismo estaba leudando el campo. Yo sabía que había una
profunda ceguera en la mente de muchos que no distinguían dónde
estaba el Espíritu de Dios y qué cosa constituía la verdadera expe-
riencia cristiana. Y me era penoso considerar que ellos eran los que
estaban encargados de cuidar el rebaño de Dios. ¡Cuánta carencia
de fe verdadera: manos que colgaban inactivas porque no se habían
levantado en sincera oración!
Algunos no sentían la necesidad de orar. Su propio juicio—creían
ellos—era suficiente, y no estaban conscientes de que el enemigo
de todo lo bueno estaba guiando su juicio. Eran como soldados
que marchaban desarmados a la batalla. ¿Podemos entonces ma-
ravillarnos de que los discursos fueran insípidos, que el agua de
vida rehusara correr por canales obstruidos, y que la luz del cielo no
pudiera penetrar la densa tiniebla de la tibieza y la pecaminosidad?
Yo podía dormir sólo pocas horas. Escribía durante las horas
de la mañana; me levantaba a menudo a las dos y a las tres de la
madrugada, y aliviaba mi mente al escribir sobre los temas que me
eran presentados. Mi corazón estaba angustiado al ver el espíritu
que dominaba a algunos de nuestros hermanos en el ministerio, y
ese espíritu parecía ser contagioso. Se hablaba mucho.
La presentación de una verdad que ella podía respaldar
Cuando declaré delante de mis hermanos que había escuchado por
primera vez las opiniones del pastor E. J. Waggoner, algunos no