Página 361 - Mensajes Selectos Tomo 3 (2000)

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El caso de los Hnos. Mackin
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ras labores poco después que pasó la fecha de 1844. Sus experiencias
con formas desacostumbradas de error en aquellos días, la indujeron
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años más tarde a sentir temor de cualquier manifestación que tuviera
sabor a espíritu de fanatismo.
Mientras la Hna. White continuaba, contó de algunas personas
que hacían extraños movimientos con el cuerpo, y de otros que
eran gobernados mayormente por sus propias impresiones. Algunos
pensaban que era malo trabajar. Otros aun creían que los justos
muertos habían resucitado para vida eterna. Unos pocos trataban de
cultivar un espíritu de humildad arrastrándose sobre el suelo como
niñitos. Algunos danzaban y cantaban “Gloria, gloria, gloria, gloria”,
en forma repetida. A veces una persona solía saltar reiteradamente
sobre el piso, con las manos levantadas, alabando a Dios; y esto
seguía haciéndose por una media hora seguida.
Entre los que tomaban parte en estas formas extraordinarias
de fanatismo, se hallaban algunos que una vez habían sido fieles,
hermanos y hermanas temerosos de Dios. Las contorsiones extrañas
del cuerpo y la mente eran ejecutadas hasta un grado tal, que en
unos pocos lugares los representantes de la ley se veían obligados
a contenerlos llevándolos a la cárcel. En esta forma la causa de
Dios caía en desprestigio, y se requerían años para deshacer la
influencia que tales exhibiciones de fanatismo tenían sobre el público
en general.
La Hna. White contó además cómo ella era llamada repetidamen-
te a hacer frente en forma directa, a este fanatismo y a reprenderlo
severamente en el nombre del Señor. Destacó el hecho de que no-
sotros tenemos una gran obra que hacer en el mundo, que nuestra
fuerza ante la gente descansa en el poder que acompaña a una clara
presentación de la Palabra del Dios vivo. La ley de Jehová debe ser
exaltada y hecha honorable, y los diversos rasgos del mensaje del
tercer ángel deben ser claramente presentados ante el pueblo para
que todos tengan la oportunidad de escuchar la verdad para este
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tiempo y decidir si obedecen a Dios antes que a los hombres.
Si como iglesia diéramos lugar a alguna forma de fanatismo, las
mentes de los no creyentes se desviarían de la Palabra viva a las
acciones de los hombres mortales, y aparecería más de lo humano
que de lo divino. Además, muchos se disgustarían por aquello que
para sus mentes sería antinatural y próximo al fanatismo. La pro-