Página 415 - Mensajes Selectos Tomo 3 (2000)

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La última gran lucha
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todas partes, burlándose de nosotros y amenazando con destruirnos.
Ridiculizaban nuestra debilidad, se mofaban de la pequeñez de nues-
tro número, y nos vilipendiaban con palabras calculadas para herir
profundamente. Nos acusaban de tomar una posición independiente
de todo el resto del mundo. Nos habían cortado nuestros recursos,
de manera que no podíamos ni comprar ni vender, y se referían a
nuestra desmedida pobreza y a nuestra condición desgraciada. No
podían ver cómo podríamos vivir sin el mundo. Dependíamos del
mundo, y debíamos ceder a las costumbres, prácticas y leyes del
mundo, o de otra manera salir de él. Si éramos el único pueblo del
mundo a quien el Señor favorecía, las apariencias eran terriblemente
contrarias a nosotros.
Declaraban que ellos tenían la verdad, que los milagros sucedían
entre ellos; que los ángeles del cielo hablaban y caminaban con
ellos; que entre ellos se hacían con gran poder señales y prodigios, y
que éste era el milenio temporal que habían estado esperando por
tanto tiempo. El mundo entero estaba convertido y en armonía con la
ley del domingo, pero este pueblo pequeño y débil estaba desafiando
las leyes de la nación y la ley de Dios, y afirmaban que eran los
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únicos justos que había sobre la tierra...
“!Mirad hacia arriba! !Mirad hacia arriba!”
—Pero mientras
la angustia dominaba a los leales y fieles que no querían adorar a
la bestia o a su imagen, ni aceptar o reverenciar el día de descanso
convertido en ídolo, Uno dijo: “¡Mirad hacia arriba! ¡Mirad hacia
arriba” Todas las miradas se alzaron, y los cielos parecieron apar-
tarse como un pergamino cuando es enrollado, y así como Esteban
miró los cielos, [así] nosotros miramos. Los burladores nos estaban
vilipendiando y denigrando, y jactándose de lo que harían con noso-
tros si continuábamos obstinados, firmes y leales a nuestra fe. Pero
ahora nosotros estábamos como si escucháramos; observábamos
una escena que sobrepuja cualquier otra cosa.
Allí se mostraba el trono de Dios. Alrededor de él había diez
mil veces diez mil y millares de millares, y junto al trono estaban
los mártires. Entre este número vi a aquellos que hacía tan poco se
hallaban en tan extrema miseria, a los cuales el mundo no conocía,
y odiaba y despreciaba.
La voz dijo: “Jesús, que está sentado sobre el trono, amó tanto al
hombre que dio su vida como sacrificio para redimirlo del poder de