Página 115 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

Basic HTML Version

Trabajo entre las iglesias
111
abnegación habrían sido los vigorosos ayudantes del hermano S. Si
se hubiera vestido con toda la armadura de Dios y escogido no otra
defensa que la que el Espíritu de Dios y el poder de la verdad le dan,
habría sido fuerte en la fortaleza de Dios.
Pero el hermano S es débil en muchas cosas. Si Dios le requi-
riese exponer y condenar a un prójimo, reprobar y corregir a un
hermano, o resistir y destruir a sus enemigos, esto sería para él una
tarea comparativamente natural y fácil. Pero una guerra contra el yo,
sometiendo los deseos y afectos de su propio corazón, y escudriñan-
do y controlando los motivos secretos de su corazón, es una lucha
más difícil. ¡Cuán poco dispuesto está a ser fiel en un desafío como
éste! La guerra contra el yo es la batalla más grande que jamás se
haya librado. La renuncia del yo, entregando todo a la voluntad de
Dios y siendo uno vestido de humildad, poseyendo ese amor que es
puro, pacífico, susceptible a las súplicas, lleno de bondad y buenos
frutos, no es un logro fácil. Y sin embargo es su privilegio y deber
ser un perfecto vencedor aquí. El alma debe someterse a Dios antes
que pueda ser renovada en conocimiento y verdadera santidad. La
vida santa y el carácter de Cristo es un ejemplo fiel. Su confianza
en su Padre celestial era ilimitada. Su obediencia y sumisión fueron
sin reserva y perfectas. No vino para ser servido, sino para servir a
otros. No vino para hacer su propia voluntad, sino la voluntad de
aquel que lo envió. En todas las cosas se sometió a Aquel que juzga
rectamente. De los labios del Salvador del mundo se oyeron estas
palabras: “No puedo yo hacer nada por mí mismo”.
Juan 5:30
.
Se hizo pobre y sin reputación. Tuvo hambre y frecuentemente
sed, y muchas veces se cansó en sus labores; pero no tenía dón-
de recostar su cabeza. Cuando las sombras frías y húmedas de la
[122]
noche se cernían en torno a él, frecuentemente la tierra era su le-
cho. Sin embargo él bendijo a aquellos que lo odiaban. ¡Qué vida!
¡Qué experiencia! ¿Podemos nosotros, los profesos seguidores de
Cristo, soportar alegremente la privación y el sufrimiento como lo
hizo nuestro Señor, sin murmurar? ¿Podemos beber el vaso y ser
bautizados con el bautismo? Si lo hacemos, podremos compartir con
él su gloria en el reino celestial. Si no, no tendremos parte con él.
El hermano S tiene una experiencia que adquirir, sin la cual
su trabajo hará un daño definido. A él lo afecta demasiado lo que
otros le dicen de los que yerran; tiende a decidir de acuerdo con las