Página 159 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Trabajo físico para los estudiantes
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En muchos casos los padres que son ricos no sienten la impor-
tancia de dar a sus hijos una educación en los deberes prácticos de la
vida además de la instrucción en las ciencias. No ven la necesidad,
para el bien de las mentes y la moral de sus hijos, y para su utilidad
futura, de darles una comprensión cabal del trabajo útil. Esto es para
que sus hijos, si llegara la desgracia, pudieran establecerse en una
noble independencia, sabiendo cómo usar sus manos. Si tienen un
capital de fuerza no pueden ser pobres, aunque no tengan dinero.
Muchos que en su juventud vivían en la opulencia podrían ser des-
pojados de todas sus riquezas y dejados con padres, hermanos y
hermanas que dependan de ellos para su sustento. ¡Cuán importante,
entonces, es que cada joven sea educado para trabajar, a fin de que
pueda estar preparado para cualquier emergencia! Las riquezas son
ciertamente una maldición cuando sus poseedores permiten que se
vuelvan un obstáculo para que sus hijos e hijas obtengan un conoci-
miento del trabajo útil, a fin de que puedan estar calificados para la
vida práctica.
Aquellos que no se ven forzados a trabajar, frecuentemente no
practican suficiente ejercicio saludable para su bienestar físico. Los
jóvenes varones, al no tener sus mentes y manos empleadas en el
trabajo activo, adquieren hábitos de indolencia y frecuentemente ob-
tienen lo que es más temible: una educación callejera, malgastando
el tiempo en tiendas, fumando, bebiendo y jugando a las cartas.
Las jóvenes leerán novelas, excusándose del trabajo activo por-
que tienen una salud delicada. Su debilidad se debe a que no ejercitan
los músculos que Dios les ha dado. Pueden pensar que son dema-
siado débiles para hacer trabajo doméstico, pero harán tejido de
gancho y encaje de hilo, y preservarán la delicada palidez de sus
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manos y rostros, mientras sus madres abrumadas de tareas trabajan
duramente para lavar y planchar sus vestidos. Estas damas no son
cristianas, porque transgreden el quinto mandamiento. No honran
a sus padres. Pero a quien más se debe culpar es a la madre. Ella
ha consentido a sus hijas y las ha excusado de llevar su parte de los
quehaceres domésticos, hasta que el trabajo les ha resultado des-
agradable, mientras les encanta disfrutar de la ociosidad delicada.
Comen y duermen, leen novelas y hablan de modas, mientras que
sus vidas se vuelven inútiles.