Página 182 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

Basic HTML Version

178
Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
sus hijos—a quienes él llama sus hermanos—, lo hacemos al Hijo
de Dios.
[194]
“Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi
Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación
del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y
me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo,
y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis
a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo
te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de
beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te
cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a
ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto
lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo
hicisteis. Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de
mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.
Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me
disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo,
y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis.
Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo
te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en
la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De
cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más
pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y
los justos a la vida eterna”.
Mateo 25:34-46
.
Levantar el Instituto de Salud desde su estado postrado en el
otoño de 1869 a su actual condición próspera y promisoria ha de-
mandado sacrificios y esfuerzos de lo cual sus amigos en el extran-
jero conocen poco. Entonces tenía una deuda de trece mil dólares
y tenía sólo ocho pacientes que pagaban. Y lo que era peor aún, el
comportamiento de ex gerentes había sido tal como para desalentar
de tal manera a los amigos de la institución que no habían tenido
ánimo para proveer recursos a fin de eliminar la deuda o para reco-
mendar a los enfermos que fueran al Instituto. Fue en esta situación
desalentadora que mi esposo pensó que la propiedad del Instituto
debía venderse para pagar las deudas, y el balance, después de pagar
las deudas, debía reembolsarse a los accionistas en proporción a
[195]
la cantidad de acciones que cada uno tenía. Pero una mañana, al
orar en el altar de familia, el Espíritu de Dios vino sobre él mientras