Página 185 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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El instituto de salud
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una tensión constante en una sola dirección, y habría preservado sus
fuerzas para continuar sus labores ininterrumpidamente. El hermano
A es el hombre para el lugar. Pero no debiera hacer lo que hizo
mi esposo, aun cuando los asuntos no prosperaran tanto como si
dedicara todas sus energías a ellos. Dios no les pide a mi esposo o
al hermano A que se priven del deleite de la sociabilidad familiar,
divorciándose del hogar y de la familia, ni siquiera por el interés de
esas importantes instituciones.
Durante los últimos tres o cuatro años varios se han interesado
en el Instituto de Salud y se han esforzado para colocarlo en una
condición mejor. Pero algunos han carecido de discernimiento y
experiencia. Mientras el hermano A actúe en forma desinteresada y
se aferre a Dios, el Señor será su ayudador y consejero.
Los médicos del Instituto de Salud no debieran sentirse forzados
a hacer el trabajo que pueden hacer los ayudantes. No debieran servir
en la sala de baños o en los excusados, gastando su vitalidad en hacer
lo que otros deberían hacer. No debe haber falta de ayudantes para
atender al enfermo y vigilar a los débiles que requieren de cuidados
especiales. Los médicos necesitan reservar su energía para el desem-
peño exitoso de sus obligaciones profesionales. Ellos deben instruir
a otros acerca de qué hacer. Si hay escasez de personal confiable
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para hacer esas cosas, se debiera emplear e instruir debidamente
a personas adecuadas, y remunerarlas convenientemente por sus
servicios.
No se debería emplear a nadie como obrero sino a personas
que trabajarán abnegadamente en el interés del Instituto, y a los
tales se les debiera pagar bien por sus servicios. Tendría que haber
suficiente personal, especialmente durante la estación malsana del
verano, como para que nadie necesite trabajar en exceso. El Instituto
de Salud ha superado sus dificultades financieras; y ni médicos
ni ayudantes necesitan sentirse forzados a trabajar tan duramente,
y a sufrir tales privaciones, como cuando estaba en dificultades
financieras tan graves a consecuencia de hombres infieles, que por
su administración casi lo llevaron a la ruina.
Se me mostró que los médicos en nuestro Instituto debieran
ser hombres y mujeres de fe y espiritualidad. Debieran confiar en
Dios. Hay muchos que vienen al Instituto, quienes por su propia
indulgencia pecaminosa se han acarreado enfermedades de casi