Página 186 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
todo tipo. Esta clase no merece la compasión que frecuentemente
demandan. Y es lamentable que los médicos tengan que dedicar
tiempo y fuerzas a este grupo de personas degradadas física, mental
y moralmente. Pero hay una clase que, por ignorancia, ha vivido
en violación de las leyes naturales. Han trabajado y han comido
intemperantemente, porque era la costumbre hacerlo así. Algunos
han sufrido muchas cosas de muchos médicos, pero no han mejorado
sino que se han sentido decididamente peor. Por largo tiempo son
separados de los negocios, de la sociedad y de sus familias, y como su
último recurso vienen al Instituto de Salud con una débil esperanza
de que allí encontrarán alivio. Esta clase necesita comprensión.
Debieran ser tratados con la mayor ternura, y tendría que realizarse
un esfuerzo para hacerles entender claramente las leyes de su ser, de
modo que al dejar de violarlas y al dominarse ellos mismos, puedan
evitar el sufrimiento y la enfermedad, que se cosechan por violar la
ley de la naturaleza.
El Dr. B no es la persona más idónea para llenar un puesto como
médico en el Instituto. Ve a hombres y mujeres con su organismo
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arruinado, débiles en su poder mental y moral, y piensa que es tiem-
po perdido tratar a tales pacientes. Puede ser que en muchos casos
esto sea cierto. Pero él no debiera desanimarse ni disgustarse con
pacientes enfermos y sufrientes. No debe perder su compasión, com-
prensión y paciencia, y sentir que su vida está empleada pobremente
cuando se esfuerza en favor de aquellos que nunca pueden apreciar
el trabajo que reciben, y que no usarán su fuerza, si la recuperan,
para bendecir a la sociedad, sino que seguirán el mismo curso de
complacencia propia que siguieron al perder la salud. El Dr. B no
debiera cansarse o desanimarse. Tendría que recordar a Cristo, que
estuvo en contacto directo con la humanidad sufriente. Aunque, en
muchos casos, los afligidos habían acarreado la enfermedad sobre
ellos mismos mediante su conducta pecaminosa al violar la ley na-
tural, Jesús se compadecía de su debilidad, y cuando llegaban a él
con las enfermedades más repugnantes, él no se retraía por temor a
la contaminación; los tocaba y le ordenaba a la enfermedad que se
retirase.
“Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres
leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo:
¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros! Cuando él los vio,