Página 190 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
cia de médicos y ayudantes. Deben estar preparados para esto y
no alterarse o perder el equilibrio. Deben mantener la calma y ser
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amables no importa lo que pueda ocurrir. Están ejerciendo una in-
fluencia que será reproducida por los pacientes en otros Estados y
que recaerá nuevamente sobre el Instituto de Salud para bien o para
mal. Siempre debieran considerar que están tratando con hombres
y mujeres de mentes enfermas, que frecuentemente ven las cosas
en una luz pervertida y sin embargo están seguros de que entienden
las cosas perfectamente. Los médicos debieran comprender que la
blanda respuesta quita la ira. Deben usarse normas en una institu-
ción donde se trata con enfermos, a fin de controlar exitosamente
las mentes enfermas y beneficiar a los dolientes. Si los médicos
pueden permanecer en calma en medio de una tempestad de pala-
bras desconsideradas y apasionadas, si pueden gobernar su espíritu
cuando son provocados y abusados, ciertamente son vencedores.
“Mejor es... el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una
ciudad”.
Proverbios 16:32
. Someter el yo y colocar las pasiones
bajo el control de la voluntad, es la conquista más grande que los
hombres y las mujeres pueden lograr.
El Dr. B no es ciego a la naturaleza de su temperamento peculiar.
Ve sus deficiencias, y cuando siente la presión sobre sí está dispuesto
a batirse en retirada y dar la espalda al campo de batalla. Pero no
ganará nada siguiendo este curso de conducta. Está situado donde
su ambiente y la presión de las circunstancias están desarrollando
puntos fuertes en su carácter, puntos de los cuales necesita eliminarse
la aspereza, para que pueda llegar a ser refinado y noble. El hecho
de que él huya de la discusión no quitará los defectos de su carácter.
Si huyera del Instituto, no eliminaría o vencería los defectos de su
carácter. Tiene ante sí el trabajo de vencer esos defectos si desea estar
entre el número de los que se hallarán sin falta ante el trono de Dios,
habiendo pasado por gran tribulación, y habiendo lavado sus mantos
del carácter y habiéndolos emblanquecido en la sangre del Cordero.
Se ha hecho la provisión para que los lavemos. Se ha preparado la
fuente a un costo infinito, y la responsabilidad de lavar descansa
sobre nosotros, que somos imperfectos ante Dios. El Señor no se
propone quitar estas manchas de contaminación sin que no hagamos
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nada de nuestra parte. Debemos lavar nuestros mantos en la sangre
del Cordero. Debemos aferrarnos por fe a los méritos de la sangre de