Página 194 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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El trabajo a favor de los que yerran
Los hermanos C y D fallaron en algunos respectos en su adminis-
tración de asuntos de la iglesia en Battle Creek. Actuaron demasiado
en base a su propio espíritu y no dependieron enteramente de Dios.
Fallaron en cumplir con su deber al no guiar a la iglesia a Dios, a
la Fuente de aguas vivas, en la cual podían suplir sus necesidades y
satisfacer el hambre de su alma. No se le dio suprema importancia
a la influencia renovadora y santificadora del Espíritu Santo, que
daría paz y esperanza a la conciencia turbada, y devolvería salud
y felicidad al alma. No se logró el buen objetivo que ellos tenían
en mente. Estos hermanos tenían en forma excesiva un espíritu de
crítica fría al examinar a los individuos que se presentaban para ser
miembros de la iglesia. El espíritu de llorar con los que lloran y de
regocijarse con los que se regocijan no estaba en los corazones de
estos hermanos que ministraban, como tendría que haber sido.
Cristo se identificó con las necesidades de la gente. Sus nece-
sidades y sufrimientos eran los suyos. Él dice: “Tuve hambre, y
me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui foraste-
ro, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y
me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí”.
Mateo 25:35-36
. Los
siervos de Dios deben tener en su corazón tierno afecto y sincero
amor por los discípulos de Cristo. Deben manifestar el profundo
interés que Cristo hace resaltar en el cuidado del pastor por la oveja
perdida; deben seguir el ejemplo dado por Cristo y manifestar la
misma compasión y amabilidad y el mismo amor tierno y compasivo
que él nos demostró a nosotros.
Las grandes potencias morales del alma son la fe, la esperanza y
el amor. Si éstas son inactivas, el predicador puede tener todo el celo
y fervor que quiera, pero su labor no será aceptada por Dios y no po-
drá beneficiar a la iglesia. El ministro de Cristo, que lleva el mensaje
solemne de Dios a la gente, debe proceder siempre con justicia, amar
la misericordia y andar humildemente delante de Dios. Si está el
espíritu de Cristo en el corazón, inclinará toda facultad del alma a nu-
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