Página 200 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
diarios como si estuviesen en la presencia de Dios. No tendrían
que satisfacerse con hacer las cosas descuidadamente, y recibir sus
salarios, sino que deberían trabajar en cualquier lugar donde puedan
ayudar al máximo. En ausencia del hermano White hay algunos que
son fieles; otros meramente procuran agradar al ojo. Si en la oficina
todos los que profesan ser seguidores de Cristo hubieran sido fieles
en el cumplimiento del deber, habría habido un gran cambio para
bien. Los jóvenes y las señoritas han estado demasiado absortos en
el compañerismo mutuo, hablando, burlándose y bromeando, y los
ángeles de Dios han sido ahuyentados de la oficina.
Marcus Lichtenstein era un joven temeroso de Dios, pero vio
tanta escasez de verdaderos principios religiosos en aquellos que
estaban en la iglesia y los que estaban trabajando en la oficina que
se sintió perplejo, angustiado, disgustado. Tropezó por la falta de
rectitud en la observancia del sábado manifestada por algunos que
sin embargo profesaban ser observadores del mandamiento. Marcus
tenía una exaltada consideración por el trabajo de la oficina; pero
la vanidad, la frivolidad y la falta de principios lo hicieron tropezar.
Dios lo había levantado y en su providencia lo vinculó con su obra
en la oficina. Pero algunos que trabajan en la oficina conocen tan
poco de la mente y la voluntad de Dios que consideraban de poca
importancia esta gran obra de la conversión de Marcus desde el
judaísmo. Su valor no fue apreciado. Frecuentemente se afligía con
la conducta de F y otros en la oficina; y cuando intentaba reprobarlos,
sus palabras eran recibidas con desprecio porque él se atrevía a
instruirlos. Su lenguaje defectuoso era para algunos una ocasión de
burla y diversión.
Marcus lamentaba profundamente el caso de F, pero no podía
ver cómo podría ayudarlo. Marcus nunca habría dejado la oficina si
los jóvenes hubieran sido fieles a su profesión. Si naufraga en su fe,
su sangre seguramente se encontrará en el borde del manto de los
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jóvenes que profesan a Cristo, pero que por sus obras, sus palabras, y
su conducta, declaran llanamente que no son de Cristo sino del mun-
do. Este estado deplorable de negligencia, indiferencia e infidelidad,
debe cesar; debe ocurrir un cambio completo y permanente en la
oficina, o aquellos que han tenido tanta luz y tan grandes privilegios
debieran ser despedidos y otros tomarán sus lugares, aunque sean
incrédulos. Es algo terrible autoengañarse. Dijo el ángel, señalando