Página 224 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
Algunos ministros que han estado ocupados por largo tiempo en
la obra de predicar la verdad presente han cometido grandes fracasos
en sus labores. Se han educado para ser polemistas. Han elaborado
temas argumentativos como objetos de discusión, y les encanta usar
esos temas que han preparado. La verdad de Dios es sencilla, clara y
convincente. Es armoniosa y, en contraste con el error, resplandece
con claridad y belleza. Su coherencia la recomienda al juicio de
cada corazón que no está lleno de prejuicio. Nuestros predicadores
presentan los argumentos sobre la verdad, que han sido preparados
para ellos y, si no hay obstáculos, la verdad se lleva la victoria. Pero
se me mostró que en muchos casos el pobre instrumento se toma el
crédito de la victoria obtenida, y la gente, que es más terrenal que
espiritual, alaba y honra al instrumento, mientras que la verdad de
Dios no es exaltada por la victoria que ganó.
Aquellos a quienes les encanta ocuparse en discusiones general-
mente pierden su espiritualidad. No confían en Dios como debieran.
Tienen la teoría de la verdad preparada para vapulear a un oponente.
Los sentimientos de sus propios corazones no santificados han pre-
parado muchas cosas cortantes, secretas, para usarlas como un azote
a fin de irritar y provocar a su oponente. El espíritu de Cristo no
tiene parte en esto. Mientras está provisto de argumentos decisivos,
el polemista pronto piensa que es suficientemente fuerte como para
triunfar sobre su oponente, y a Dios se lo excluye del asunto. Al-
gunos de nuestros ministros han hecho de la discusión su principal
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actividad. Cuando están en medio de la excitación suscitada por la
discusión, parecen animados y se sienten fuertes y hablan fuertemen-
te; y en la excitación se transmiten a la gente muchas cosas como
correctas, aunque en realidad están decididamente equivocadas y
son una vergüenza para él, quien fue culpable de declarar palabras
tan indignas de un ministro cristiano.
Estas cosas ejercen una mala influencia sobre ministros que están
manejando verdades sagradas y elevadas, verdades que han de ser
sabor de vida para vida, o de muerte para muerte, para aquellos que
las escuchan. Generalmente la influencia de las discusiones sobre
nuestros ministros tiende a volverlos autosuficientes y exaltados en
su propia estima. Eso no es todo. Aquellos que aman discutir no son
idóneos para ser pastores del rebaño. Han educado sus mentes para
enfrentar a opositores y para decir cosas sarcásticas, y no pueden