Página 226 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
El bienestar eterno de los pecadores reguló la conducta de Jesús.
Anduvo haciendo bienes. La benevolencia fue la vida de su alma. No
sólo hacía bien a todos los que acudían a él solicitando su misericor-
dia, sino que los buscaba perseverantemente. Nunca se entusiasmó
con el aplauso ni se deprimió por la censura o el chasco. Cuando
enfrentaba la mayor oposición y el trato más cruel, estaba de buen
ánimo. El discurso más importante que nos ha dado la Inspiración,
lo predicó Cristo a sólo un oyente. Cuando se sentó junto al pozo
para descansar, porque estaba agotado, una mujer samaritana vino
para extraer agua; él vio una oportunidad para alcanzar a su mente,
y mediante ella para alcanzar las mentes de los samaritanos, que
estaban en gran oscuridad y error. Aunque cansado, él presentó las
verdades de su reino espiritual, las que encantaron a la mujer pagana
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y la llenaron de admiración hacia Cristo. Salió publicando la noticia:
“Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No
será éste el Cristo?”
Juan 4:29
. El testimonio de esta mujer convirtió
a muchos para creer en Cristo. A través del informe de ella muchos
vinieron a oírlo personalmente y creyeron por la palabra de él.
No importa cuán pequeño pueda ser el número de oyentes in-
teresados, si se llega al corazón y es convencido el entendimiento,
ellos, como la mujer samaritana, pueden transmitir un testimonio
que suscitará el interés de centenares para investigar [la verdad] por
ellos mismos. Al trabajar en lugares para crear un interés, habrá
muchos motivos de desaliento; pero si al principio parece que hay
poco interés, esto no es evidencia de que usted se haya equivocado
en cuanto a su deber y su lugar de trabajo. Si el interés aumenta fir-
memente, y la gente obra inteligentemente, no por impulso sino por
principio, el interés es mucho más saludable y duradero que donde
se crea repentinamente una gran excitación e interés, y se estimulan
los sentimientos al escuchar un debate, una aguda contienda entre
ambos lados de la cuestión, en favor y en contra de la verdad. Se crea
así una fiera oposición, se toman posiciones, y se hacen decisiones
rápidas. El resultado es un estado febril de cosas. Faltan un examen y
un juicio serenos. Permítase que se calme la excitación, o que tenga
lugar una reacción por un manejo indiscreto del asunto, y puede ser
que nunca vuelva a levantarse el interés. Fueron agitados los senti-
mientos y las simpatías de la gente, pero sus conciencias no fueron