Página 250 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
una transformación, y ponga en práctica en su vida los principios
de las verdades sagradas que presenta en el púlpito, sus trabajos
significarán muy poco.
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Sobre usted descansa un peso de responsabilidad. Es el deber
del centinela estar siempre en su puesto, velando por las almas como
quien debe dar cuenta de ellas. Si su mente se desvía de la gran
obra y se llena de pensamientos profanos; si planes y proyectos
egoístas le roban el sueño, y en consecuencia disminuye la fuerza
mental y física, usted peca contra su propia alma y contra Dios. Su
discernimiento está embotado, y las cosas sagradas son colocadas en
el mismo nivel que las comunes. Dios es deshonrado, su causa sufre
oprobio, y la buena obra que usted podría haber hecho si hubiera
depositado su confianza en Dios, se malogra. Si hubiera preservado
el vigor de sus facultades para volcar sin reservas las fuerzas de su
cerebro y de todo su ser en la importante obra de Dios, usted habría
realizado una tarea mucho más grande, y la habría llevado a cabo
más eficazmente.
Sus labores han sido defectuosas. Un operario experto ocupa a
sus hombres para que le hagan un trabajo muy hermoso y valioso,
lo que requiere estudio y mucha reflexión cuidadosa. Al estar de
acuerdo con hacer el trabajo, saben que a fin de cumplir la tarea
correctamente, todas sus facultades necesitan estar alertas y en la
mejor condición para rendir sus mejores esfuerzos. Pero un hombre
de la compañía está gobernado por un apetito perverso. Ama la
bebida fuerte. Día tras día gratifica su deseo de algo estimulante
y, al estar bajo la influencia de ese estímulo, el cerebro se nubla,
los nervios se debilitan, y sus manos son inseguras. Continúa su
trabajo día tras día y casi arruina la obra que se le ha confiado. Ese
hombre pierde sus salarios y le causa a su empleador un daño casi
irreparable. Debido a su infidelidad, pierde la confianza de su patrón
como también la de sus compañeros de trabajo. Se le confió una
gran responsabilidad, y al aceptar esa confianza reconoció que era
competente para hacer el trabajo de acuerdo con las instrucciones
dadas por su empleador. Pero debido a su amor al yo, gratificó el
apetito y se arriesgó a enfrentar las consecuencias.
Su caso, hermano R, es similar a este. Pero la responsabilidad
de un ministro de Cristo, que debe amonestar al mundo de un juicio
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venidero, es mucho más importante que la de un trabajador corriente