Página 287 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Elías reprende al rey Acab
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venido. Su obra fue hablar la palabra de infortunio de parte de
Dios, e instantáneamente se retiró. Su palabra había encerrado los
tesoros del cielo, y su palabra era la única llave que podría abrirlos
nuevamente.
El Señor sabía que no habría seguridad para su siervo entre los
hijos de Israel. No lo pondría bajo la custodia del Israel apóstata,
pero lo envió a encontrar refugio en una nación pagana. Lo guió a
la casa de una mujer viuda, que estaba en tal pobreza que apenas
podía sostenerse con vida con la comida más escasa. Una mujer
pagana que vivía a la altura de la mejor luz que tenía, estaba en
una condición más aceptable ante Dios que las viudas de Israel, que
habían sido bendecidas con privilegios especiales y gran luz, y que
sin embargo no vivían de acuerdo con la luz que Dios les había
dado. Como los hebreos habían rechazado la luz, fueron dejados en
tinieblas, y Dios no confiaría a su siervo entre su pueblo que había
provocado la ira divina.
Ahora el apóstata Acab y la pagana Jezabel tienen una oportuni-
dad para probar el poder de sus dioses y demostrar que la palabra
de Elías es falsa. Los profetas de Jezabel se cuentan por centenares.
Contra ellos permanece Elías, solo. Su palabra ha cerrado el cielo.
Si Baal puede dar rocío y lluvia, y hacer que la vegetación prospere;
si puede hacer que los arroyos y corrientes de agua corran como
de costumbre, independiente de los tesoros del cielo en las lluvias,
entonces que el rey de Israel lo adore y el pueblo lo declare Dios.
Elías era un hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras.
Su misión ante Acab y la terrible denuncia que le hizo de los juicios
de Dios, requirieron valor y fe. En su camino a Samaria las corrientes
de aguas que fluían sin cesar, los cerros cubiertos de verdor, los
bosques de árboles imponentes y florecientes—todo aquello sobre
lo cual descansaba su vista florecía en belleza y gloria—, sugerían
en forma natural sentimientos de incredulidad. ¿Cómo pueden todas
estas cosas en la naturaleza, ahora tan florecientes, ser quemadas por
la sequía? ¿Cómo pueden secarse estos arroyos que riegan la tierra
y que, por lo que se sabe, nunca han dejado de correr? Pero Elías no
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dio cabida a la incredulidad. Emprendió su misión con peligro de
su vida. Creía plenamente que Dios humillaría a su pueblo apóstata
y que a través de la aflicción de sus juicios los conduciría a la